Pocas veces te encuentras una descripción de una batalla de manera que (aparte de entenderla) te sientes precipitado en medio del combate, con toda su ferocidad. En Pavía 1525, el gran triunfo de la infantería española (Desperta Ferro, 2025), el ensayo colectivo sobre el famoso enfrentamiento en Italia de las tropas imperiales de Carlos V, que vencieron, contra las capitaneadas por el propio rey de Francia, Francisco I, te parece escuchar un sonido inolvidable que, por encima del estrépito de la artillería y la caballería lanzada a la carga, pone la carne de gallina y te traslada directamente al centro de la acción, 500 años después. Es el ruido de las largas picas de la infantería suiza del bando francés al caer, cientos de ellas, cuando los arcabuces españoles, en la gran hora de estas armas de fuego de avancarga antecesoras del mosquete y capaces de atravesar a tres hombres en fila, abaten como trigo segado a los soldados que las portan (las picas, de cuatro metros, son las famosas armas de asta inmortalizadas por Velázquez en el cuadro de las lanzas, La rendición de Breda). Suena —según el relato del testigo presencial Juan de Oznaya, paje de lanza del marqués del Vasto y nuestro Fabrizio del Dongo en Pavía— “como en un cañaveral con gran viento, así parescía el caer de las picas”.Más informaciónEse episodio que pone la banda sonora a la batalla es representativo de una nueva forma de luchar, la predominancia de las armas de fuego de la infantería, que se visibiliza en el momento crucial de Pavía: la fase en la que la caballería pesada francesa, la legendaria, hermosa y noble caballería de Francia, con su rey a la cabeza, acomete como una impetuosa ola de hierro y crines contra el ejército imperial y, cuando parece que van a desbaratarlo, 200 arcabuceros españoles irrumpen en el campo y en pocos minutos hacen una carnicería con los jinetes. Describe Oznaya: “En llegando [los arcabuceros de la compañía del capitán Quesada] empezaron a tirar a los escuadrones de los enemigos y daban con el caballero en tierra. El ruido de la arcabucería y el humo puso en gran temor a los caballos de los enemigos, tanto que enarmonados [empinarse los corceles] muchos de ellos, se salían de la batalla sin poderlos sus dueños señorear”. En pocos minutos, nos cuenta el historiador Àlex Claramunt Soto, responsable de la edición de Pavía 1525 y autor él mismo del capítulo central del libro sobre la batalla, “cayeron centenares de caballeros franceses, entre ellos el mariscal La Palice, quien, desmontado, fue abatido de un tiro”. Y cita que para el humanista Paulo Jovio (1483-1552), cronista de las guerras de Italia, aquella hecatombe resultó algo inconcebible: “Era aquel un modo de pelear por sí nuevo, y no usado jamás, y sobre todo maravilloso, cruel y miserable, porque ocupando antes con gran ventaja los arcabuceros la esclarecida virtud de la caballería, se perdía todo”. Cambiando arqueros ingleses por arcabuceros españoles, la cosa se parece mucho a Poitiers (1356) y Agincourt (1415).Perdió Francia hasta a su rey, pues en medio de esa escabechina de Pavía, Francisco I, rey guerrero, alto como una montaña y que había combatido como un Roldán (mató de un certero lanzazo al jinete imperial Ferrante Castriota que le atacaba armado de maza y luego también a otros enemigos) fue por tierra al derribar un arcabucero español a su corcel, y le capturaron (también apresaron al rey francés en Poitiers, Juan II). Francisco estuvo preso un año. Su espada permaneció en España 283 años hasta que se la hizo devolver Napoleón en 1808.“La batalla de Pavía es el momento en que se define el principio de la hegemonía imperial en Italia”, resume Claramunt Soto, junto al que escriben, abarcando todos los aspectos de la contienda, incluida la influencia en el arte, otros siete expertos, Juan Carlos D’Amico, Alberto Raúl Esteban Ribas, Antonio Gozalbo Nadal, Jean-Marie Le Gall, Davide Maffi, Carlos Valenzuela e Idan Sherer. “Y a la vez se hace evidente un cambio de táctica, de ideología de la guerra: se pasa de un ejército feudal a uno moderno, es una revolución militar, aunque el proceso es gradual”. El historiador señala cómo dos elementos que habían dominado el campo de batalla, la caballería y la pica, con la que eran unos artistas los soldados suizos (no todo era el reloj de cuco, pese a lo que dijera Harry Lime), empleados como mercenarios, se inclinan ante los arcabuceros españoles, y valga la imagen. Claramunt recuerda que en el ejército imperial había más arcabuces que en los otros ejércitos europeos y que esas armas eran más modernas, con llave de mecha y mayor capacidad de fuego, aparte de que se disparaban apoyadas en el hombro y no en la cadera. El estudioso cree además que los españoles tiraban a contramarcha, es decir por hileras, con una gran potencia de fuego. Ante esa táctica —que de alguna manera heredarán los casacas rojas británicos— , la caballería pesada y los mercenarios suizos ya no son tan decisivos como antes en las batallas.La infantería española no es aún los tercios, una denominación que solo se hace oficial 11 años después, a partir de 1536, con las Ordenanzas de Génova, indica, pero ya están funcionando como tales, aunque se organizaban en coronelías. Explica Claramunt Soto que la superioridad de la infantería española en ese abigarrado y heterogéneo universo militar que se ve en Pavía, con caballeros con armadura, piqueros suizos, lansquenetes alemanes y condotieros italianos, se debía a varios factores además de los arcabuces. “Especialmente la veteranía y el esprit de corps. Los lansquenetes y la infantería suiza e italiana, salvo algunas compañías bajo el mando de ciertos condotieros, tenían una actividad estacional. Y una mayoría si les dejaban de pagar se iban a casa. Muchos piqueros suizos eran muchachos que pasaban unos meses cosechando y otros como mercenarios. Los españoles en Italia eran soldados experimentados que llevaban guerreando hasta 15 años, algunos habían combatido bajo el Gran Capitán. Se dedicaban al cien por ciento al oficio de armas. Se encontraban en un país extranjero, de manera que su salvación se basaba en estar muy unidos, y se desarrolló un gran compañerismo. Eran una comunidad en guerra”.¿Qué hay de la imagen perezrevertiana de aguerridos, orgullosos, pobres y poco cuidados por su país? “Bueno, los define bastante lo de pobres pero con orgullo, pocos o ninguno regresan ricos o sin cicatrices, sin estropear, como dicen. Los soldados viejos han visto mucha guerra, guerra sucia, dura, y han pasado mucha hambre”. Arturo Pérez-Reverte tiene, por cierto, un relato muy divertido sobre Pavía (Jodía Pavía), con Francisco I recordando el lance de la batalla y su apresamiento, cautivo en la Torre de los Lujanes en Madrid. “Sí, lo conozco, me gusta, yo soy bastante fan de Pérez-Reverte”.¿Cómo era una batalla del estilo de la de Pavía? “Extremadamente confusa. Ruido, gritos, caos. Por supuesto mucha sangre y vísceras. Una auténtica carnicería. Era un combate muy físico. Se chocaba con gran estrépito con las picas, de cuatro y cinco metros de largo. Había muchas armas blancas, las propias picas, alabardas, lanzones, montantes (espadas de dos manos), cuchillos, mazas. Hacía falta mucho valor para estar ahí en medio. En una batalla de esas proporciones veías muy poco. Había decenas de miles de hombres aglomerados, artillería, masas de caballería, gente montada que se medía en duelo individual, y la pólvora negra creaba humaredas espectaculares que tapaban el escenario”. El de la batalla de Pavía era muy particular: se libró cerca de la ciudad asediada por los franceses, en un gran parque, el Visconteo, un antiguo coto de caza de los duques de Milán cercado por un muro.Francisco I contaba con 10.000 infantes suizos, 5.000 italianos, 4.000 lansquenetes, 1.100 lanzas (su caballería, el nervio del ejército) y 40 cañones, además de 5.000 “aventureros”, gente que se sumaba sobre todo para el pillaje. Las fuerzas imperiales, que no partían como favoritas, se componían de 10.000 lansquenetes, 4.000 infantes españoles (lo mejor del contingente), 3.000 italianos, 800 hombres de armas (caballería pesada) y 1.200 caballos ligeros, más las tropas de la guarnición de Pavía, que se incorporaron a la batalla en una salida que contribuyó a la victoria. Tras varias escaramuzas previas, los imperiales entraron en el parque al alba liderados por el marqués de Pescara, un hombre valiente capaz de trepar el primero a las murallas como había hecho en Sant’Angelo poco antes. Iba con una celada borgoñona y sobre un caballo tordillo llamado El Mantuano, que sería desbarrigado en la lucha. Parte de la tropa la comandaba el sobrino de Pescara, el apuesto marqués del Vasto, con una preciosa armadura, la misma con la que le retrataría Tiziano en 1533. Por su parte, Francisco I iba hecho un pincel, con un penacho en el almete que le llegaba hasta las ancas del caballo y una banderita en el mismo casco con su emblema: una salamandra en el fuego y la inscripción “estu fues et non plus”, esta vez y no más. Esta vez, en todo caso, la salamandra no pudo con el fuego.Aunque la batalla empezó bien para los franceses gracias a su artillería, el rey mandó callar a los cañones para poder cargar él con su caballería en plan fetén y llevarse el prestigio de la victoria. Chocó con los jinetes imperiales, que cedieron. Pero entonces aparecieron los arcabuceros españoles y la batalla cambió de signo, rompiendo los tiradores primero a la caballería, salva tras salva devastadora, y luego cosiendo a balazos a los piqueros suizos, como un bosque en medio de una granizada. A algunos les hicieron hasta cuatro agujeros en el coselete. Francisco I, que perdió debajo tres caballos, fue derribado finalmente por un arcabucero y se le echó encima el soldado vasco Juan de Urbieta, al que el rey se rindió. Otros soldados españoles llegaron y desvalijaron a Francisco.¿Fue decisiva Pavía?, en realidad Francisco I no tardó en volver a estar en Francia combatiendo las ambiciones del emperador Carlos V. “No fue esa clase de victoria aplastante que pone fin a un conflicto, pero sin ella no se entienden el Saco de Roma, la Liga de Cognac y la coronación imperial de Carlos V en Bolonia por el papa. Francisco I competía directamente con Carlos para ser emperador y en Pavía eso desaparece de un plumazo. La muy cristiana Francia incluso empieza a coquetear antinaturalmente con los turcos. Es un cambio de época. A partir de entonces, Francia juega a la contención renunciando al liderazgo del mundo cristiano y a la hegemonía en Italia”.Entre los muchos personajes sensacionales y épicos, incluidos el gran bastardo de Saboya y Anne de Montmorency (que era un tío), que aparecen en Pavía 1525 —en el campo hasta murió el último pretendiente York a la corona de Inglaterra—, Àlex Claramunt Soto prefiere al mencionado marqués de Pescara y a Giovanni de Médicis, un condotiero tipo Orlando furioso al que sus hombres, las Bandas Negras (Bande Nere, en señal de duelo por la muerte del papa León X), seguirían hasta el infierno. Era un mundo, el de la guerra del XVI, de gran aventura. El libro da fe de muchas, pero las mejores quizá sean la de las monjas de Pavía traidoras que se comunicaban con el enemigo a través de cartas enviadas con flechas al campo francés, o la de los dos españoles que se infiltraron en ese campamento haciéndose pasar por desertores y hasta departieron con el rey para luego a través de una mina que practicaban los franceses llevar el dinero que llevaban escondido en los jubones a la asediada Pavía, para pagar a las tropas.Desgraciadamente, acuerda Claramunt, la batalla de Pavía no ha entrado en el imaginario con la fuerza de otras. “De la época se piensa más en Fleurus o Rocroi, las guerras de Italia son más nebulosas en general para la gente, a excepción quizá de la batalla de San Quintín”. En todo caso, uno nunca verá Pavía igual tras leer el libro. “¡Esa es la intención!”, se exclama satisfecho el historiador.

Pavía 1525, un sangriento triunfo: cae prisionero el rey francés y los arcabuces españoles se enseñorean del campo de batalla | Cultura
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