“Me gustaría tener ideas nuevas, pero no puedes olvidar lo que te dice la música”, reconocía el pasado lunes a The Times el legendario Riccardo Muti. Y proseguía el maestro italiano arremetiendo contra sus colegas más jóvenes del presente, más interesados, según él, en la dirección orquestal como exhibición deportiva que en la verdad musical: “Ése es el problema hoy: los brazos, el espectáculo en el podio”. Estas palabras cobraron todo el sentido el pasado jueves, 27 de marzo, durante el final de la Novena sinfonía de Bruckner, en el segundo de los dos intensos conciertos dirigidos por Teodor Currentzis (Atenas, 53 años) en el ciclo de La Filarmónica en el Auditorio Nacional de Madrid. Se trataba del colofón de una gira por Rusia y España con su excelente conjunto orquestal musicAeterna, que celebra su vigésimo aniversario, y que sigue financiado por el VTB Bank, una de las siete entidades rusas sancionadas por la Unión Europea tras la invasión de Ucrania.Más informaciónLa enorme tensión acumulada por Currentzis en el extenso adagio, que cierra la inacabada Novena, de Anton Bruckner, lastró su final. Y la celestial coda en mi mayor sonó descompuesta en ese momento decisivo en que el compositor nos invita a mirar atrás con nostalgia, citando el inicio del movimiento lento de su Octava sinfonía en las tubas wagnerianas y el majestuoso tema ascendente que abre la Séptima con las trompas. Los instrumentistas de viento parecían agotados tras los brutales embates climáticos afrontados en los compases anteriores, con tremendas brazadas del maestro grecorruso. Y esas citas fueron prácticamente imperceptibles o sonaron destempladas, aunque Currentzis escenificó un paroxismo final que mantuvo en silencio al público durante casi medio minuto.Fue una versión desmedida de la última sinfonía de Bruckner, llena de soluciones musicales discutibles, con muy poca profundidad expresiva y demasiado efectista. Pero el resultado impactó al público, que estalló en una algarabía final tras unos setenta minutos de silencio y concentración poco habituales en el Auditorio Nacional. La dramaturgia del espectáculo estaba clara. Currentzis acapara toda la atención constantemente, con movimientos y gestos faciales muy afectados, perfectamente visible a pesar de prescindir del podio, a los que ayuda su esbelta figura y aire mefistofélico. Y los músicos de su orquesta se entregan a ese frenesí gestual con una gran intensidad física y un virtuosismo sobrehumano. El resultado es impactante, pero no convincente. Desborda en intensidad y sufrimiento exterior, pero carece de vida interior.Teodor Currentzis al frente de musicAeterna y el Coro Ibercamera durante el ‘Finale’ de la ‘Segunda sinfonía’ de Mahler, el miércoles 26 de marzo en el Auditorio Nacional.Rafa MartínA pesar de todo, nadie puede dudar de la calidad del director grecorruso y de los músicos de su conjunto, cuyos nombres se omitieron en el programa de mano. Currentzis insufló intensidad desde los primeros compases del extenso Feierlich, misterioso, lo que restó poderío al ascenso a la cumbre de su primer grupo temático en re menor. Pero, a continuación, todo se volvió lánguido en el bellísimo tema lírico en la mayor que entretejen los primeros y segundos violines. Y prosiguió imbuido en un extraño estatismo que restó monumentalidad a la construcción bruckneriana. El scherzo funcionó mejor con esa aura diabólica plagada de innovaciones armónicas, aunque el director no dudó en añadir acentos innecesarios y decibelios excesivos. En este caso, el contraste del trio fue ideal, ya que mantuvo toda la tensión del scherzo, pero sin renunciar a su carácter élfico y mendelssohniano. Sin embargo, el extenso adagio final volvió a una escenificación exagerada, como ese intervalo de novena que abre la obra en los primeros violines y que Currentzis marcó haciendo una cabriola. La intensidad volvió a anteponerse a la voz frenética del director, que subrayó cada disonancia y compartimentó cada segmento musical por encima de las referidas insinuaciones del compositor.La Segunda sinfonía, de Gustav Mahler, resistió mejor estos maximalismos en el concierto del miércoles, 26 de marzo. Pero las señas de identidad fueron las mismas, por mucho que el director optase ahora por un atuendo algo más informal con vaqueros y botas. Una interpretación de gran intensidad junto a la excelencia del conjunto orquestal, con unos descollantes violonchelos y contrabajos en el inicio. Sin embargo, el exceso de gestualidad, el abuso de los decibelios y el distanciamiento emocional volvieron a ser un lastre. Tras un feroz Todtenfeier, el contraste del andante moderato no terminó de funcionar como las “pasas del pastel” que quería Mahler, aunque el nivel del conjunto fuese irreprochable.Currentzis volvió a ejercer de showman al entrar el timbalero en el tercer movimiento. No obstante, esta vez sí que acertó a encontrar el espíritu de El cuerno mágico del muchacho, que impregnó también el acompañamiento de Urlicht en la rica voz de mezzosoprano de Maria Barakova. Y faltaba el monumental finale, donde volvió a brillar la calidad de la orquesta en la construcción de varios momentos climáticos, junto a unos firmes conjuntos fuera de escena, sin olvidar a la soprano Sofia Tsygankova y al Coro Ibercámera. El resultado no fue arrebatador ni mucho menos memorable, aunque fue lo mejor de una velada que terminó con una ovación ensordecedora y el clamor del público.Riccardo Muti concluye la referida diatriba contra sus jóvenes colegas en The Times imitando sus gestos de dolor o placer junto a las expresiones de admiración que suscitan entre los espectadores: “A veces dicen: ‘Oh, es una dinamo’. Lo siento, pero una dinamo es algo que se tiene en un coche”.La FilarmónicaObras de Gustav Mahler & Anton Bruckner. Sophia Tsygankova (soprano). Maria Barakova (contralto). Coro Ibercamera. MusicAeterna. Teodor Currentzis (director). Auditorio Nacional de Madrid, 26 y 27 de marzo.

Oh, es una dinamo. No, es Teodor Currentzis dirigiendo | Cultura
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