Inabarcable, brutal, agotador, Coachella es un monstruo al que es imposible mirar de frente. Las cifras hablan solas pero, como buenas matemáticas, se quedan frías. Son casi 170 conciertos, más de 120.000 asistentes, casi tres kilómetros cuadrados de espacio y ocho escenarios, los que durante dos fines de semana seguidos (con el mismo cartel el primero y el segundo) se juntan en el desierto de California, en Indio, en el que es el festival más grande y famoso del planeta, epicentro de novedades musicales, sede de rostros famosos y cuna del postureo. Este domingo ha cerrado sus puertas —hasta el fin de semana que viene— demostrando por qué lleva 25 años convertido en el rey del desierto: porque sabe tratar como universal y poner al alcance de decenas de miles de personas músicas pop e hiperfamosas, pero también otras locales, regionales, de nicho, y diseminarlas y elevarlas. Ocurrió con el último invitado del evento, Post Malone. Tras la apoteosis de Lady Gaga el viernes y después de Travis Scott —con un público discreto— el sábado, el neoyorquino de 29 años fue el encargado de cerrar la noche del domingo. Con una gran base de fans, aunque no tanta repercusión fuera de Estados Unidos, es un maestro de las mezclas en sus músicas, con decenas de colaboraciones en su currículo (de Taylor Swift a The Weeknd, Blake Shelton o Morgan Wallen) y también en los estilos. El último que toca en su disco F-1 Trillion es el country, el más puramente estadounidense. Sobre el escenario principal se lanzó con él, mezclándolo con pop, con rap, con casi cualquier cosa. Su emoción por ser cabeza de cartel, aunque había actuado antes en Coachella, le hizo dar uno de los espectáculos más potentes del festival.Más informaciónEs Malone tan estadounidense que hasta sopla las velas el 4 de julio. Lo hizo al presentarse, afirmando que tiene 30 años (aún son 29, reculó después), y al dar las gracias al público, algo que hizo con profusión una y otra y otra vez, al final de cada canción. Sobre la tarima, donde no sacó ni a un solo invitado, bebió, se fumó un par de cigarros, brincó, escupió, paseó, se marchó hasta otro escenario en medio de la pista y hasta se bajó a saludar al público. Cantó hasta desgañitarse en un hermoso escenario de enormes pantallas cambiantes, a veces desierto, a veces paisaje urbano, como sus estilos, como su música. “Me llamaban one hit wonder y esas mierdas”, recordaba, entre los aplausos de esos seguidores que hoy le dan 65 millones de escuchas mensuales, convirtiéndole en uno de los 20 artistas principales de Spotify. “Pero si no crees en ti, nadie lo hará. Si tienes una pasión, sigue haciéndolo, que nadie te diga una mierda cómo tienes que hacerlo”.Junior H y su banda, en su presentación en el festival de Coachella, en Indio, California, el 13 de abril de 2025.Daniel Cole (REUTERS)A Malone le precedieron en la misma y gigante tarima Megan Thee Stallion —que invitó a actuar a Queen Latifah, como dato más reseñable de la velada— y antes, aprovechando el atardecer rosa del desierto, el mexicano Junior H. Fue el único latino que se subió al escenario principal en las tres jornadas, y llenó de “vivas” a México su actuación. Una gran banda con más de una veintena de músicos y la compañía de Tito Doble P y de una de las estrellas del año pasado, Peso Pluma, terminaron de consagrarle. Los corridos de Antonio Herrera Pérez, su nombre real, que resonaron en todo el festival, demostraron que el regional mexicano tiene ya poco de regional, y que rebotan en el vecino del norte y, con ello, en el resto del mundo. Lo dejó ver el día anterior su colega El Malilla, al que el escenario Sonora se le quedó pequeño, con largas colas. Él no paró de hablar en español con el público, que le coreaba y cantaba a gritos sus canciones. “Si te encuentras con una linda mexicana, ¿qué harías?”, le preguntaba otro músico en el escenario. “¡Pedirle los papeles!”, respondía él, entre las carcajadas del público. Si es cierto que el presidente Trump tiene en el punto de mira a los cantantes de narcocorridos para revisar sus visados, nadie parecía temer por ello.La representación latina en el festival ha sido pequeña, pero poderosa. Los que mejores huecos tenían del cartel eran el propio Junior H el domingo, El Malilla y los venezolanos Rawayana el sábado —que montaron una fiesta tropical en el desierto, sacando a montones de invitados, entre ellos Danny Ocean— y los argentinos Ca7riel y Paco Amoroso, que hicieron doblete el sábado de la mano de otro latino, Gustavo Dudamel, cantando un par de temas con la Filarmónica de Los Ángeles. Como ellos, mostró sus raíces y convirtió lo local en universal la gaditana Judeline, de 22 años, acompañándose hasta de castañuelas. Ahí, en vez de a México, los “vivas” iban a Jerez. Pero, como ella misma reconocía en una charla con EL PAÍS, en citas como esta al final lo más interesante no es tocar para quienes ya te conocen, sino hacerlo para nuevo público, especialmente estadounidense, en este caso, que se atreve a explorar géneros e idiomas que van más allá de lo propio. El dj madrileño Dennis Cruz, pinchando en el escenario Yuma de Coachella, el 14 de abril de 2025.M. PorcelEn cambio, el domingo el madrileño Dennis Cruz demostró que venir de un lugar con un poderoso componente músicocultural no significa llevarlo sobre la tarima. Él hace un tipo de música mucho menos enraizada y más global: pone al mundo a bailar. El dj español de 42 años y con casi 25 de carrera llenó con más de 5.000 personas el escenario Yuma, y a la misma hora que pinchaba Tiesto. Minutos antes, en su caravana, sonriente y con cero dosis de nerviosismo, explicaba a este diario que Coachella es una plaza especialmente importante: “Es realmente difícil estar aquí”. Él ya había tocado dos años antes, y este domingo hizo una sesión, para él, corta, de hora y media (recuerda que en Año Nuevo hizo 12 horas), pero que prepara de manera exhaustiva con una selección de más de 100 canciones con las que va jugando según el ambiente. Además, Cruz tiene claro que la producción del evento es de una calidad extraordinaria; como comentaban en el equipo, es probablemente una de las mejores salas del mundo.Era el día perfecto para la sesión, que llenó la sala, con su media docena de bolas gigantes de discoteca colgadas, acompañadas de un gran tiburón forrado de espejos. El domingo, con medio centenar largo de conciertos, más allá de los cabezas de cartel apenas había grupos o solistas que congregaran a las masas. De ahí que el público se decidiera a probar otros escenarios, a lanzarse a bailar con los djs o a hacer largas colas en las casetas de muchas de las firmas, de alcohol, cosmética o refrescos, que regalaban merchandising. También aflojó el calor, y los 35ºC de las horas centrales no fueron los más de 42º del primer día. Pero ya sin grandes atractivos, era un día ideal para probar géneros nuevos, picotear nuevos artistas y descubrir canciones de esas que se quedan en la cabeza las próximas semanas. O por lo menos unos días, hasta que Coachella vuelva a abrir sus puertas, cargada de polvo y de botas vaqueras, el viernes que viene.

Shares: