En Los nuestros dijo de él Luis Harss, que fue a entrevistarlo en París para el libro más importante de aquel descubrimiento que fue el boom: “En la distancia, a la vuelta del horizonte, lo espera a Vargas Llosa la novela imposible, la novela total. Sería, dice, una novela a la vez fantástica y psicológica, realista y mítica; abarcaría todas las manifestaciones concebibles de la realidad. “Grandes novelas —dice Vargas Llosa— son las que, hasta cierto punto, se acercan a esa novela de las novelas imposibles”.Era el año 66, Mario Vargas Llosa estaba en París y le esperaba una vida impresionante que abordó con la ilusión del muchacho que, de muy chico, tuvo la mayor de las desilusiones: el difícil encuentro con su padre, que lo dejó solo, pues su madre ya fue también la mujer de otro, y su padre era el otro. El libro en el que cuenta esa historia, El pez en el agua, fue para él, siempre, el mejor de los suyos, porque en realidad es la piel de su vida, y su corazón también. Lo terminó en París, poco después de haber perdido las elecciones a la presidencia de Perú. Tras ese fracaso civil, la apuesta de Mario fue rabiosamente literaria, y tan personal, tan íntima, que fue capaz de juntar la vida propia, que iba a seguir marcada por la literatura, con la lectura de los que a su alrededor escribían libros que él mismo devoraba.Más informaciónQuiso ser escritor para huir de la soledad, y eso dijo muchas veces, que ese era su propósito, esquivar el murmullo implacable de la soledad. Quiso escribir desde que le robaba poemas de Neruda a su madre y empezaba a ser aquel que luego se convertiría en el autor de Los cachorros y de La ciudad y los perros. La esencia de lo que era ya la pasión de contar. Y de leer, de leer a los otros, sentado, mirando solo a la entidad de su pasión, la página ajena, cuando no era la página propia.La de Mario Vargas Llosa es una lucha alegre a favor de la literatura, la que escribió, la que leyó, la que hizo leer, la que lo hizo hombre y también la que lo puso en los distintos estadios de la gloria, hasta aquel día en que, en París nuevamente, entró en la Academia Francesa y dio por concluido, más o menos, el índice de sus pasiones. Ya lo había hecho todo en el mundo que lo hizo soñar cerca de la gloria.Después de aquel reconocimiento de la Academia Francesa aún escribiría otros libros, sobre su tierra, sobre la música de su tierra; paseó por los territorios que fueron de su infancia y le explicó, a quienes le escucharon en las últimas conversaciones literarias de su vida, que tenía un libro pendiente, el que trataría de Sartre, y que con ese daría fin a aquella historia cuya esencia explicó Harss en su obra memorable.Vargas Llosa, decía Harss, “era un inspirado que parecía haber nacido bajo una lengua de fuego. Tenía fuerza, fe y la verdadera furia creadora”. “La fama”, decía Harss cuando Vargas se estaba haciendo ya Mario Vargas Llosa, “le había llegado pronto, pero se la había ganado honradamente”. Los libros eran la materia de su escritura, pero él no era quien iba proclamándolo. Sus editores saben bien que recibir un manuscrito suyo era comprobar el temblor del que acaba una obra y ya está pensando que tendría que haber sido de otra manera.Más informaciónHasta el final fue así, un escritor que leía a los otros, los esperaba para comentar la literatura ajena. Una vez este hombre que siempre estaba buscando que los libros fueran buenos, para escribir de ellos, para recomendarlos, me preguntó qué había de nuevo ese verano. Él estaba, con Patricia, su mujer, en Salzburgo, y quería literatura, la suya era pasión de la literatura.Le dije que acababa de salir en España un libro impresionante, Soldados de Salamina, de Javier Cercas, un joven autor, publicado por Tusquets. Le llegó el libro, él hizo de la obra el elogio más potente de su vida de lector de otros, quizá, sin duda, el mejor lector de quienes venían por el camino. Le interesó tanto la obra de su joven colega que de ella hizo subrayados que convirtieron en imprescindible lo que Javier Cercas hizo de un episodio impresionante de la guerra civil cuando de esta se escribía aún en voz baja.Mario lo quiso conocer, se fueron a un restaurante de Madrid, cuando la ciudad, y el mundo, estaban bajo el estupor del 11-S. Ajenos a ese ruido feroz de la historia, Vargas Llosa y Cercas hicieron de ese libro un abrazo que los juntó para siempre. Más cerca de este tiempo de despedida, le escuché decir, al menos me lo dijo a mí, que en efecto esperaba escribir, otra vez, sobre Sartre. Sentado en su casa de Flora, en Madrid, cuando estaba a punto de regresar a Lima y su casa ya era la casa de los grandes recuerdos de su país y de sus amigos, de su familia y de su gente, Mario dijo que volvería a escribir, era su ilusión, acaso su último mandato.En aquel encuentro Mario, cuando ya llevaba bastón y preguntaba más por los otros que contaba sobre sí mismo, hizo una excepción y se fue, pues, a los principios de los tiempos. Y apareció aquel maestro de entonces, cuando París era una fiesta difícil que en Europa representaba Jean Paul Sartre. Había sido su mentor, luego vinieron Faulkner, Flaubert, Camus, y luego vino toda la literatura, la que está en sus libros, la que está en los libros que escribió sobre libros, en sus descubrimientos de literatos jóvenes a los que encumbró con generosidad y con alegría.Hasta el final fue así, un escritor que leía a los otros, los esperaba para comentar la literatura ajena. Y siempre me ha parecido ese gesto suyo, ese abrazo, un símbolo más del apasionado lector que fue este hombre cuya literatura buscó siempre, decía Harss, “esa novela de las novelas imposibles”.Él las escribió, y, como en el caso de Cercas y de muchos otros, las descubrió también. En el aire se queda aquella promesa, Sartre en su historia. Ojalá esté esperando a ser editada, como si el mundo encerrara en ese tomo una extraordinaria manera de cerrar el ciclo de sus hallazgos.Ahora, de quienes hablaron con Harss para cumplir la profecía del boom, ya solo queda el cronista. Pero esa historia, la que protagonizaron Mario y Gabo, por ejemplo, vale por un siglo, y aún más, de literatura.

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