Mientras Kioto se ahogaba en el turismo masivo, Martin Parr cogió su cámara y recorrió las calles saturadas de visitantes, los templos convertidos en decorados para hacerse selfis y otros rincones donde las esencias de la tradición se disuelven en lo kitsch. El fotógrafo británico deambuló por la antigua capital imperial para documentar la llamada fiebre del sakura, la temporada de floración de los cerezos, que entre finales de marzo y comienzos de abril atrajo a un número récord de visitantes. Con el trasfondo de la ciudad teñida de rosa y un sinfín de turistas vestidos con kimonos alquilados, Parr firmó 140 instantáneas que, apenas unos días después, empezó a exponer en el festival Kyotographie, que se celebra hasta el 11 de mayo en la ciudad japonesa. ‘Maruyama Park, Kyoto, Japan, 2025’, una de las fotos de Martin Parr sobre la fiebre por los cerezos en flor en la ciudad.Martin Parr (Magnum Photos)Es la última entrega de su serie Small World, en la que empezó a trabajar (en blanco y negro) a finales de los setenta, cuando el turismo todavía era un fenómeno inofensivo. El resultado documenta tanto la euforia turística como las molestias que esta provoca en una ciudad de apenas un millón y medio de habitantes, pero que este año debería recibir a 40 millones, un récord histórico. “Hay malestar, porque los locales no pueden subirse a los autobuses. El yen esta por los suelos, así que Japón ha pasado de ser prohibitivo a volverse muy barato”, decía Parr, ataviado con calcetines y sandalias, como si se hubiera disfrazado de su objeto de estudio. “En Barcelona o Berlin ya ha habido manifestaciones contra el turismo. Es algo que veremos cada vez más. El mundo va en esa dirección y es culpa nuestra. El turismo destruye los recursos del planeta”. Con el trasfondo de la ciudad teñida de rosa y miles de turistas vestidos con kimonos alquilados, Martin Parr firmó 140 imágenes que ahora expone en KiotoSus postales del absurdo son uno de los platos fuertes de la 13ª edición de este festival, consagrado como el certamen fotográfico más prestigioso de Asia. El programa incluye 15 exposiciones repartidas por edificios históricos y otros lugares emblemáticos de Kioto, firmadas por fotógrafos de primer nivel. Desde su fundación en 2013, Kyotographie ha ganado reconocimiento internacional por la calidad y la audacia de su programación. La suya es una mirada crítica sobre las tensiones que vive el país que sorprende en el contexto de una cultura aún marcada por ciertos tabúes. Más información“En Japón es difícil tratar ciertos asuntos, pero puedes contar cualquier historia si la presentas en un envoltorio elegante”, explican a dos voces sus fundadores, Lucille Reyboz y Ryûsuke Nakajima, pareja francojaponesa que apostó por este certamen como pegamento social tras la catástrofe de Fukushima. Aquí la escenografía se cuida hasta el último detalle: los organizadores rehúyen la estética del cubo blanco y colaboran con artesanos locales para crear instalaciones concebidas expresamente para cada espacio.La exposición de Laetitia Ky en el mercado Demachi Masugata de Kioto.Takeshi AsanoEn la estación de tren de Kioto, medio millar de retratos de ciudadanos aparecen en un monumental mural de 22 metros de largo. Su autor es el francés JR, estrella de la fotografía que suele poner su cámara al servicio de los anónimos. Durante seis meses, el fotógrafo retrató en ocho estudios móviles repartidos por la ciudad a oficinistas, turistas, bomberos, políticos, monjes budistas, jugadores de béisbol, chefs, drag queens e incluso geishas, a las que tuvo que convencer para que posaran, “ya que raras veces aceptan colocarse delante del objetivo”, como aseguraba JR a pie de obra. Su trabajo es un gran retablo urbano, un monumento a los vivos, que sucede a otros experimentos parecidos en San Francisco o La Habana, entre la realidad sociológica y la mirada irónica a los clichés sobre esta ciudad. Igual de lúdica resulta la intervención de Laetitia Ky, nueva estrella de las redes. En un mercado del centro, especializado en la venta del pescado que se utiliza para hacer el sushi, la fotógrafa marfileña moldea su cabello para hacer guiños cómicos de la cultura japonesa, resultado de una residencia de varios meses en la ciudad.Una de las imágenes realizadas por la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide para Dior en 2023, incluidas en su gran retrospectiva japonesa.En el Museo de Arte de Kioto, un mito viviente como Graciela Iturbide presenta seis décadas de trabajo en una gran exposición que abarca desde sus conocidas imágenes de comunidades indígenas hasta sus recientes fotografías del mundo de la alta costura, como las que realizó para la revista Vogue en 2023. A los 84 años, la fotógrafa mexicana ha dedicado su vida a explorar todos los rincones del mundo, donde tiende a capturar cosas parecidas, de la piedra volcánica en Tenerife a la región japonesa de Kansai: la belleza árida del desierto, la textura mineral de los paisajes y un interés inagotable por el rostro humano. Su método responde al desafío constante de encontrar una forma legítima de retratar las existencias ajenas. Desde los sesenta realizó varias inmersiones en comunidades, de Oaxaca al desierto de Sonora, que fueron fundamentales para su desarrollo. “Siempre he dicho que mi cámara es un pretexto para conocer la vida. Me ha servido para conocer México y luego el mundo”, afirmaba la fotógrafa junto a un retrato de su juventud.Mao Ishikawa retrató a las mujeres que frecuentaron a soldados afroamericanos en la isla de Okinawa, bajo dominio estadounidense hasta 1972.Mao IshikawaMenos conocida es la japonesa Mao Ishikawa, partidaria de un trabajo de inmersión parecido. Expuesta en una tienda de kimonos con tres siglos de historia, su exposición Red Flower —como la flor de hibiscos característica de su isla, Okinawa— documenta la realidad de las mujeres japonesas que se relacionaron con los soldados afroamericanos destinados a la base militar de la isla, bajo dominio estadounidense hasta 1972. “No podía hacer fotos como una outsider. La única manera era ser una más”, dice Ishikawa, que decidió convertirse en una de ellas. “Vivían con una libertad desenfrenada. Decidí vivir de la misma manera, sin preocuparme por cómo me veían los demás”. Sus fotos desprenden hedonismo y transgresión —cuerpos de distintas razas entrelazados en camas deshechas, amigas haciendo topless en la playa, noches de fiesta en el cuartel— y poseen un valor documental incalculable. En una sociedad que aún recluye a la mujer con las ataduras de la tradición, abren un espacio de emancipación apenas representado.Vista de la exposición de Lee Shulman y Omar Victor Diop, en una antigua tienda de ‘sake’ del imperio Edo.Kenryou GuLa fotografía de Omar Victor Diop y Lee Shulman desprende la misma sensación de irrealidad, aunque en este caso está aún más justificada. Fundador de The Anonymous Project, dedicado a la preservación de la fotografía amateur o vernacular, Shulman ha integrado digitalmente la silueta de Diop, reconocido fotógrafo senegalés de 45 años, en una larga serie fotos familiares de la América blanca de los sesenta, tomadas por anónimos y rescatadas en mercadillos. En la exposición, que tiene lugar en el local de un fabricante de sake del periodo Edo, ese hombre negro vestido a la usanza de la época se convierte en una presencia incómoda que irrumpe en las imágenes, en un intruso que perturba el relato oficial. Las fotos revelan verdades incómodas, como quien quedó excluido de esas escenas de felicidad histérica en las que Diop come langosta, juega al golf o se sube a un Boeing con su mejor sonrisa. “Tienen un componente de comedia y otro de tragedia”, reconocen sus responsables. El contraste ideal para reflejar el presente.

Más allá de los cerezos en flor: el festival de fotografía que mira Japón con otros ojos | Cultura
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