María Esteve no puede negar que es hija de su padre y de su madre. De cerca, a sus 50 años, el rostro de la primogénita de Antonio Gades y Pepa Flores, que saltó a la fama como actriz hace dos décadas por su papel en la película El otro lado de la cama, es una mezcla de la dulzura de los rasgos de la legendaria Flores y la angulosidad y determinación de los del mítico Gades. Ella lo sabe, claro. Pero lleva toda la vida luchando por ser juzgada por ella misma y no por su estirpe. Convenimos mantener esta entrevista con la percha periodística del estreno en Madrid de Carmen, de Gades y Saura, el ballet flamenco concebido por ambos genios, coincidiendo con el 150º aniversario del de la ópera de Bizet. Esteve, presidenta de la Fundación Gades, la entidad que gestiona el legado artístico de su progenitor, se muestra tan extremadamente educada al hablar del artista como reservada en cuanto se intenta ir algo más allá de su obra. ¿Cuánto pesa llevar sobre los hombros la herencia inmaterial de sus padres? Es una pregunta muy difícil. Es una herencia material e inmaterial. No es solo el hecho de haber nacido en una familia con un, bueno, dos, personajes tan potentes como mis padres, sino que, además, cuando mi padre muere, hace 21 años, me cae en las manos un legado histórico que, en realidad, no me pertenece solo a mí, sino a todo el mundo. A veces es una herencia pesada de llevar, sí, pero necesaria. No entendería mi vida sin luchar por ella. Su padre murió a los 67 años, cuando usted tenía 30. ¿Cómo fue perderlo tan joven? Bueno, me hice mayor de repente. Eres joven, todo funciona, no te ha ocurrido ninguna desgracia, y, de repente, se te va tu infancia y tu juventud. Para mí, mi padre era una referencia y un pilar muy grande, y más dedicándome a esto. Fue duro, imagino que como para todo el mundo. Pero yo sigo en contacto con él cada día. Hay una parte que no se acaba de ir. Estoy acostumbrada a trabajar con su ropa, con sus cosas, con su memoria todos los días. ¿Y no le arrea el zarpazo de la ausencia cuando menos se lo espera? En el trabajo, intento separar el hombre del padre. Durante muchísimo tiempo, le he llamado “Gades” en el trabajo y “papá” en casa. Pero, sí. Cuando ves algo con lo que no contabas, por ejemplo. Un día, encontré un maletín donde estaba todo su proyecto y sus bocetos sobre cómo tenía que ser el Ballet Nacional de España, del que fue creador. O también me ha pasado que veo a mi padre a través del movimiento de los bailarines, lo noto presente. La primera vez que me pasó me puso los pelos de punta. Pero no solo me pasa a mí, hay muchas personas que sienten cosas al verlos, una emoción inexplicable, un vínculo muy fuerte. Mi padre inventó un lenguaje único.¿También fuera de España? El espectáculo ‘Carmen, de Gades y Saura’, viene de llenar teatros en toda Europa. Fuera, más. La reacción del público es igual, porque las emociones que provocan son universales. Pero, en España, parece que se necesita un espectáculo de nueva creación cada año, no existe una cultura de conservación del patrimonio, y, en ocasiones, siento que se desatiende a los maestros. Sin embargo, fuera, mi padre es reconocido como un clásico. El entretenimiento es necesario, pero hay maestros que unen entretenimiento y cultura. Y mi padre, y Carlos Saura, por supuesto, son creadores que narran la historia de nuestro país y de quiénes somos a través de su arte. Y eso sin haber podido estudiar, porque su padre empezó a trabajar a los 11 años como mozo en un estudio de fotografía. ¿Era un talento natural? Mi padre era un lector y un observador voraz. Se leía hasta los prospectos de las medicinas. Pero el talento es, sobre todo, trabajo. Tú ves la obra de Gades y ves pintura, literatura, música, danza. Era un artista total, un niño en constante aprendizaje. Recuerdo que, de niña, yo destripaba a las muñecas para ver cómo funcionaban y mi padre, en vez de reñirme, me animaba porque, en el fondo, eso es lo que hacía él mismo con todo: querer saber, querer entender para luego poder expresarse. Me habla de Gades, pero ¿cómo era papá? Me cuesta mucho hablar de eso. Hay una parte de mi vida que nunca cuento, porque no es solo mía, afecta a otras personas. Y cuando esas personas, además de tan grandes, han sido tan discretas con sus vidas, me cuesta. En 2020, usted y sus hermanas recogieron el Goya de Honor en nombre de su madre, Pepa Flores y usted dijo: “esto es para ti, Pepita”. ¿También la llama por su nombre, y no “mamá”? Bueno, Pepita viene de Pepa. Son cosas nuestras, y no quiero que se cuenten. Bueno, le pregunto solo a usted, ¿cómo recuerda a su padre cuando era niña? Siempre le he tenido una adoración impresionante. He sido niña de papá desde pequeña. Me encantaba todo de él. Escucharle. Verle bailar. Verle venir de pescar, cuando vivíamos en Altea. Pero es que yo no me di cuenta de dónde nací hasta que fui mayor. ¿Cuándo fue eso? Cuando empecé a trabajar por mi cuenta. Para mí era normal levantarme y ver a mi madre cantando con Aute, o a Paco de Lucía guisar algo con mi padre en la cocina. O que Cristina Hoyos, la bailarina, me cogiera por la cintura y me hiciera hacer pasos de baile con tres añitos en el salón de casa. Yo no sabía que los demás niños no hacían esas cosas. Cuando empiezo a trabajar, a tomar conciencia, a separar a tus padres de lo que han hecho, empiezo a darme cuenta de la magnitud de quiénes son y de que las situaciones por las que has pasado en tu vida no son normales. ¿El talento se hereda? Bueno, creo que hay algo con lo que uno nace, pero nacer con una capacidad no significa llegar. El trabajo es fundamental, sin trabajo no hay nada. Puedo decir que he tenido el privilegio personal, no como cosa para mostrar al mundo, sino para mi sentimiento y mi emoción, de haber podido mamar, aprender el arte de mis padres y de su entorno de artistas en casa, como esos niños que aprenden lenguas en casa sin darse cuenta. He aprendido el respeto, a escuchar a todo el mundo, a debatir, a poner las cosas en duda, a contrastar. Todo eso sí lo he heredado. Y estoy muy orgullosa. También le pudo haber dado por ‘matar’ al padre y a la madre en la adolescencia. ¿Nunca tuvo esa rebeldía? Bueno, tuve una infancia complicada de puertas afuera. El día que nací había revistas con mi nacimiento en la portada. He crecido con eso. En la adolescencia me daba mucha envidia la libertad de mis amigas, que podían hacer lo que querían sin temer que fuera a salir en alguna revista. Entonces, cuando empecé a trabajar, me empeñé en llamarme María Esteve, en ser lo más morena que pudiera, para que no se asociara mi nombre con el de mi padre, ni mi aspecto con el de mi madre. Quería desarrollar mi propia personalidad. Porque mi vocación de ser actriz no era un capricho. Fue una necesidad expresiva total, no lo sé hacer de otra forma. Entonces, ahí sí que necesitaba mi espacio, donde la protagonista de mi vida fuera yo y solo yo. Ahí sí fui muy rebelde. Me harté de enviar currículos, de hacer todas las fotocopias del mundo y dejarlas en las productoras. Recuerdo haberme dejado las últimas 25 pesetas que tenía en fotocopias que nadie iba a ver. ¿No le hacían inyecciones económicas sus padres si lo necesitaba? Jamás, para nada en el mundo. Era lo peor que me podía haber pasado en la vida, porque entonces no hubiera sabido quién era yo. Necesitaba conocer mis límites y evolucionar como una persona individual y no como parte del fenómeno que tenía en casa. Además, en eso mi padre también nos educó así. Yo he trabajado buzoneando, de cajera, de lo que fuera. Toda la vida nos han enseñado a buscarnos la vida, la vida real no es un algodón, si sales a la vida real, el puñetazo es brutal. María Esteve.Bernardo PérezUsted se hizo famosa con toda una generación de actores en ‘El otro lado de la cama’ y ahora, 21 años después, van a estrenar ‘Todos los lados de la cama’. ¿Qué les ha pasado desde entonces? Bueno, que nos hemos hecho mayores. Ahora, en la película, vamos a las bodas de nuestros hijos. Pero lo cierto es que hay compañeros hombres que siguen trabajando y su partenaire tiene 25 años y, al revés, no sucede, claro. Las mujeres maduras empezamos a ser más visibles, pero aún faltan papeles de nuestra edad. Hay un momento en el que el cambio físico femenino no es fácil y aún se nos exige belleza y parecer que tienes 30 años cuando tienes 50. Pero también te digo que yo empiezo a quitarme de encima tanta tontería. En muchos sentidos. Antes, iba a los estrenos con el modelito y el taconazo, y ahora me doy cuenta de que mis amigas no pueden comprar esos vestidos, esta soy yo, Tengo 50 años, me duele la espalada, tengo salud y, si tengo que elegir entre un tratamiento estético o pegarme un viaje a bucear con tortugas en Omán como acabo de hacer, lo tengo clarísimo. Por volver a su legado. Su padre se declaró comunista hasta su muerte. En tiempos de polarización, ¿cree que esa significación le ha pasado factura a la hora de valorar su obra o vender entradas? Fíjate que no especialmente. Hay que situar las cosas en su contexto histórico. La dimensión política de la obra de mi padre es evidente, pero no es un autor panfletario. Cuando en Carmen habla de la libertad de la mujer, o en Fuenteovejuna cuenta la historia de solidaridad de un pueblo, es cultura y no un panfleto. Siendo honesta, no he notado eso. Hemos hecho exposiciones con cartas muy significativas, de su época de apoyo al régimen de Cuba, y ha venido gente de todos los colores políticos a la inauguración. La obra de mi padre es patrimonio cultural universal. Por eso me parece una pena que haya musicales extranjeros permanentes en la Gran Vía, y, sin embargo, su Carmen triunfe más fuera que dentro. Nos vendría mejor cuidar más nuestra cultura.

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