La primera memoria musical que guarda el neurocientífico Robert Zatorre (Buenos Aires, 70 años) lleva el nombre de The Beatles. También el de The Rolling Stones, The Doors o The Moody Blues. Entró en la adolescencia tan extasiado con esos grupos, que hasta se le ocurrió empezar a tocar el órgano: “Pensaba que si me dejaba el pelo largo y tocaba el órgano en un grupo de rock, las chicas se iban a volver locas por mí… Pero nunca ocurrió”, cuenta divertido el investigador, referente mundial en neurociencia de la música. El Zatorre adolescente encontró un profesor de órgano, pero en vez de enseñarle rock, le presentó a Johann Sebastian Bach desde el órgano de una iglesia. Y se maravilló. Tanto se prendó de la música en esos años mozos que decidió estudiarla en la universidad y compaginarla con su otra pasión: la ciencia (se especializó en psicología experimental). En un romance poco habitual para la época —eran los años setenta—, Zatorre, que actualmente es profesor catedrático en el Instituto Neurológico de Montreal, en la Universidad McGill (Canadá), tomó asignaturas de las dos disciplinas y en su doctorado de neuropsicología, emprendió un camino entonces poco explorado en la ciencia: el impacto de la música en el cerebro. “Lo interesante de la música es que toca la memoria, la percepción, las habilidades motoras, las emociones y la lectura. Lo toca todo”, subraya hoy.Más informaciónZatorre atiende a EL PAÍS en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona (UB), apenas unas horas después de ser investido doctor honoris causa por su investigación pionera en la neurociencia de la música. Su laboratorio fue de los primeros en usar la neuroimagen para estudiar la música y el habla; y sus investigaciones han sido clave para entender cómo nuestro cerebro nos permite percibir, reconocer y disfrutar de la música. El científico también es cofundador del Laboratorio Internacional de Investigación sobre el Cerebro, la Música y el Sonido (BRAMS, por sus siglas en inglés) en Montreal.La sala donde transcurre la entrevista es el aula Ramón y Cajal, en homenaje al premio Nobel que alumbró la estructura del sistema nervioso. “No podía ser más oportuna”, sonríe al percatarse. Pregunta. ¿Qué hace la música en el cerebro?Respuesta. Muchas cosas. Al principio, yo me dediqué a la parte directa, de percepción auditiva: dedicamos 10 años a comprender el procesamiento, el estímulo y su representación en las zonas cerebrales. Pero hay muchísimas cosas más que ocurren. La música toca todas las funciones cognitivas que hay. Por ejemplo, tuve una alumna que estudió la relación entre el sonido y el movimiento y descubrió que al escuchar ciertos patrones de música con un cierto ritmo, también se ve actividad en las áreas motoras. Y de ahí surgieron teorías acerca de los vínculos entre el sistema motor y el sistema auditivo, que también explican, por ejemplo, por qué frecuentemente la música nos hace bailar. P. ¿Es por esa relación entre la parte auditiva y motora del cerebro? R. Hay conexiones muy particulares entre esas dos zonas: las zonas motoras están más conectadas con las zonas auditivas que con las visuales. Si uno mira un péndulo que oscila, no te entran ganas de bailar, pero si escuchas una melodía, empiezas a moverte. Y los bebés también empiezan a moverse con los sonidos a las pocas semanas de nacer. Probablemente sea algo innato que vamos desarrollando.P. Usted también ha estudiado por qué la música da placer.R. Mucha gente tiene esa sensación al escuchar una música muy emotiva: sientes que se te ponen los pelos de punta, que te estremeces; también hay gente que llora o tiene escalofríos. Descubrimos que las zonas del cerebro que se activan más son lo que se llama el circuito de la recompensa, que ya se había identificado muchos años antes con estímulos más básicos, como la comida o los estímulos sexuales. Pero todo eso era necesario para la supervivencia y la música no.P. ¿Cuáles son las hipótesis que manejan de qué significa la música para nosotros?R. Una de las hipótesis que creo que tiene bastante evidencia es que el sistema de recompensa y el cerebro en general son como una máquina de predicción, es un sistema activo que está siempre en búsqueda de algo y siempre está prediciendo qué va a ocurrir. De ahí surge todo lo que es el aprendizaje por recompensa. Y la música es como un microcosmos del ambiente: escuchas unos sonidos y tu cerebro va a hacer predicciones de cuál será el próximo sonido. Entonces, si yo toco una escala simple: Do, re, mi, fa, sol, si… ya sabes que va a venir el do. Y si viene un fa sostenido suena mal. La música es una manera de explotar esa capacidad que tenemos de predicción. Cuando estamos componiendo, siempre estamos buscando un balance entre algo novedoso y algo también que tenga su valor predictivo, no puede ser algo completamente aleatorio. P. ¿Pero qué sentido tiene la música desde la perspectiva evolutiva?R. Eso es más teórico o especulativo. La hipótesis es que la música surgió quizás como una casualidad —nuestro sistema auditivo está muy desarrollado y tiene esta capacidad de poder predecir los sonidos y eso a su vez genera el placer—. Pero una vez que se desarrolló, resulta tener un valor bastante importante, porque al poder producir placer en otros individuos, generar vínculos sociales entre ellos y es una manera de activar las redes sociales. La música es una de las cosas que une y que también separa un grupo de otro grupo. Los adolescentes, por ejemplo, nunca escuchan la música que a sus padres les gustaba, escuchan la música de su grupo y es una manera de unirse entre ellos y disociarse de la generación anterior. P. No todo el mundo tiene el mismo oído por la música, ni la misma apetencia, en gustos y en tiempo que le dedican. ¿A qué se debe?R. Con los colegas de la UB nos pusimos a pensar si a todo el mundo le gusta la música. Y descubrimos que hay un grupo de personas, entre el 2% y el 4% de la población, que no siente ningún placer el escuchar música y no entiende por qué todos los demás se vuelven tan locos por la música. Y son personas que no tienen otras dificultades en el sistema de recompensa. Porque hay gente, por ejemplo, con depresión, párkinson o anhedonia generalizada, que ya tienen una dificultad en el sistema de recompensa y no aprecian casi nada porque no sienten placer. Pero estas personas no, tienen una vida perfectamente normal, simplemente la música no les dice nada. Los estudiamos y vimos que, fisiológicamente, ellos tienen una conexión más reducida entre las zonas de la corteza auditiva y los circuitos de recompensa.El neurocientífico Robert Zatorre, en los pasillos del edificio histórico de la Universidad de Barcelona.Gianluca BattistaP. ¿Se puede vivir sin música?R. No es que uno no puede vivir sin música, pero creo que sería una vida muy poco agradable. La música no es necesaria para la supervivencia, pero sí para el bienestar. P. Hay personas con demencia que, al ponerles una canción, de repente, conectan y se emocionan con ella. ¿Qué papel juega la música en la memoria? R. La activación del sistema de recompensa, que está basado en la dopamina, también está muy relacionado con la memoria. Porque la recompensa refuerza el aprendizaje. Entonces, cualquier situación en la cual el sistema de recompensa está activo mediante la dopamina, eso influye en la formación de memorias. Durante la vida, uno va escuchando canciones y si se trata de canciones muy placenteras, lo que esté ocurriendo en ese momento va a formar una memoria muy fuerte. P. ¿Desde cuándo impacta la música? Hubo un tiempo en el que se puso de moda poner auriculares en la barriga de las embarazadas para que los fetos escuchasen música.R. El sistema auditivo se desarrolla bastante precozmente y ya a los siete meses el feto oye sonidos. Ahora, de eso a que escuche la música de Bach y vaya a salir muy brillante, no tanto. Y hay otro problema: por más que uno ponga altavoces o lo que sea, el niño está bañado en el líquido amniótico, que absorbe la mayoría de las frecuencias, así que el bebé solo escucharía bajas frecuencias.P. ¿La música puede ser terapéutica?R. Sí, hay muchas aplicaciones. Lo interesante para mí es que la musicoterapia ha cambiado significativamente y se basa mucho en los conocimientos científicos. Hace 30 años, era casi como psicodinámica, como hacer una terapia de habla con el paciente, pero con guitarra. Ahora se están haciendo ensayos clínicos y experimentos con musicoterapia. P. Póngame algún ejemplo de dónde funciona la musicoterapia.R. Me impresionó mucho lo que hacían unos finlandeses con un grupo de gente con afasia. Al no poder hablar, les enseñan a cantar y cantan en coro todos juntos. No es que canten maravillosamente bien porque también tienen problemas de vocalización, pero cuando se ponen a cantar, están contentos. Ese [ejercicio] ayuda a desarrollar toda la parte de motricidad de las cuerdas vocales y pueden articular un poco mejor. Pero creo que el valor más importante es ese valor emotivo, psicológico. P. Después de 40 años de investigación, ¿cuál cree que es la labor fundamental de la música para los humanos? ¿Hacernos felices?R. Va más allá de simplemente elevar el nivel de felicidad. Es más profundo que eso. Es algo que nos puede unir y es una manera de comunicar y expresar emociones. P. ¿Hay todavía alguna incógnita por resolver que le inquiete?R. Se entiende relativamente bien qué función tiene ciertas regiones, ya sea la parte perceptiva, la parte emotiva, la parte motora, la parte de memoria. Lo que no se entiende demasiado bien ahora es como interactúan entre ellas, exactamente cuáles son las conexiones y de qué manera se van desarrollando, hasta qué punto están ya determinadas por la genética o pueden ir cambiando con el aprendizaje. Me gustaría comprender mejor cómo funcionan estas relaciones porque no existe una zona cerebral que es para la música. Para volver a las ideas de Cajal: es una red.

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