Joaquín Pacheco (Madrid, 91 años) forma parte de un extenso grupo de artistas (Juan Giralt, Agustín Celis) que forjaron su obra fuera de España durante los años de la dictadura. Todos ellos supieron aprovechar las ayudas públicas o privadas que les permitieron viajar a Europa. En los cincuenta y sesenta, París era el destino soñado por aquellos artistas. En 1961, un joven Joaquín Pacheco pudo instalarse en la capital francesa gracias a una beca de la Fundación March. Tenía 27 años, un rudimentario nivel de francés y una buhardilla en la rue des Écoles que le habían alquilado a precio de amigos. Fue para un mes y se quedó 20 años en una ciudad con 140 galerías y más de 22.000 artistas registrados que vivía sus últimos tiempos como capital mundial del arte, antes de ser desplazada por Nueva York. Más informaciónLa vida y obra de este maestro de la nueva figuración protagoniza Joaquín Pacheco, pintura y palabra, el último documental del cineasta Félix Cábez (Madrid, 64 años). La película forma ya parte del catálogo de CaixaForum y se ha proyectado en Valencia. Cábez cuenta que la propuesta del documental partió de un grupo de coleccionistas empeñados en dar a conocer a un artista que el gran público no ha tenido la posibilidad de contemplar pese a estar presente en las colecciones del Banco de España o del Reina Sofía. “Hemos contado con pocos medios (unos 25.000 euros) pero la personalidad del artista deslumbra a quienes le conocen”, asegura el director.La amplia vivienda del pintor es también su estudio y su obra ocupa todas las paredes y se apila en cualquier hueco con capacidad de amontonar hasta una docena de lienzos.SAMUEL SÁNCHEZLa casa de Joaquín Pacheco está en la calle Alcalá de Madrid, muy cerca de la plaza de las Ventas en la que siendo muy niño nació su amor por los toros. La amplia vivienda es también su estudio y ya desde el recibidor se puede ver cómo su obra ocupa todas las paredes y se apila en cualquier hueco con capacidad de amontonar hasta una docena de lienzos. Todos los cuadros son suyos, salvo dos retratos que le han dedicado dos de sus mejores amigos: El Roto y Hernán Cortés Moreno. En medio de esa selva pictórica, Joaquín Pacheco se mueve con soltura y perfecto conocimiento de cada uno de los cuadros. Asegura tenerlos todos inventariados. Tanto estos como los que guarda en el almacén. Los escaparates, escenas de playa o grandes retratos de diferentes formatos dan a la vivienda un aire de museo coronado por un estudio presidido por un caballete y una escultural paleta de pinturas acrílicas. Entre imágenes que recuerdan los personajes de Hopper, Vermeer o De Chirico, Pacheco sigue pintando cada día. Menos tiempo del que le gustaría. Antes trabajaba de 9 a 3, pero la enfermedad de Carmen, su esposa, requiere mucha dedicación. La conversación con este hombre cultísimo, que conserva intacta la memoria de lo vivido, es a veces difícil de reconducir por la cantidad de detalles que se van enhebrando en sus recuerdos, pero como él dice, a veces lo importante está fuera del campo de batalla. Por aquello de empezar por el principio, Joaquín Pacheco explica que es hijo de una familia de clase media madrileña, nacido en la calle Goya, hijo de un padre fiscal y madre dedicada al cuidado del hogar. Desde los cinco años, que él recuerde, su padre le llevaba junto a su hermano todos los domingos al Museo del Prado. El amor y agradecimiento que guarda por el museo son inconmensurables. Hasta el punto de que cuando ha tenido problemas personales, la angustia se diluía al pasear delante de Velázquez, de Goya o de Solana. Se conoce el museo al dedillo y ahí sigue yendo cada vez que tiene un rato.ManoleteEl circo y los toros, temas de sus primeros cuadros, son imágenes que arrancan de cuando no había cumplido los 10 años. “Teníamos una niñera, Eugenia, a la que le encantaban los toros y nos colaba en la plaza de las Ventas porque era de esas mujeres que siempre conocen a alguien. Gracias a ella pude ver a Manolete. Gracias a ella también, los Bienvenida, que eran vecinos, nos dejaban sus capotes. Del interés por el circo se ocuparon dos tías mías que eran muy divertidas”.Joaquín Pacheco, en su casa repleta de sus obras.SAMUEL SÁNCHEZLo del gusto por la pintura le llegó también de pequeño, en el colegio de los Sagrados Corazones donde daba clases de dibujo Luis García-Ochoa, artista de la Escuela de Madrid. “Él me animó muchísimo. Le recuerdo con mucho afecto, lo mismo que al profesor de Literatura, un cura chileno, que nos hacía leer a Rimbaud o a Baudelaire y sus Flores del mal. Este profesor se despidió de repente del colegio y luego supimos que había volado a Valparaíso para dar clases de comunismo a Pinochet”.Presionado por su padre, que no veía claro lo de la pintura, Pacheco estudió unos años de Filosofía y Derecho. Seguía pintando, pero de ninguna manera quiso matricularse en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando porque la figuración que allí se enseñaba no le interesaba. El París de los sesentaCon muchas ganas de conocer mundo y el poco dinero de la beca, Pacheco cayó deslumbrado en un París que olía a pintura, literatura y música por todas partes. Los escaparates que había empezado a pintar en Madrid se le mostraban pletóricos y cargados de sugerencias de la ciudad. Tuvo claro que se quedaba y ya sobrevivía trabajando en negro, como casi todos sus colegas en aquel París en el que Picasso ya era un dios. Recuerda que un amigo español le recomendó para ocuparse de los escaparates de un céntrico anticuario. Con mucha gracia cuenta que estaba colocando cómodas en la vitrina del negocio cuando bajo la nieve reconoció a una mítica marchante con la que todos los pintores querían trabajar. Era Katia Granoff, una galerista judía de origen ruso que llevaba la representación de artistas como Matisse y se había hecho con los 40 nenúfares últimos de Monet. Aquí Pacheco añade que Granoff había conseguido los monets gracias al vicio de jugar a las cartas que tenía el hijo del artista: “En una baza perdió la casa con todo lo que había dentro, incluidos los nenúfares”. Aquel exótico encuentro bajo la nieve con la señora Granoff le supuso firmar con ella y dejar los trabajos de subsistencia a los que se habría visto obligado.En París se casó con su gran amiga Ana Vázquez de Parga y luego se separó, aunque siempre mantuvieron la amistad. Allí tuvo a su hija Sara. Trató con intelectuales españoles del exilio y con otros que se habían trasladado voluntariamente. Todos los viernes José Bergamín cenaba en su casa. Por allí pasaron también Díaz Canela o el escultor Baltasar Lobo. “Lobo era persona más buena que he conocido en la vida. Gracias a él estuve a punto de conocer a Picasso. Me llamó para invitarme a la exposición de El pintor y la modelo”, apunta Pacheco. Pero Picasso no apareció porque tenía gripe y en 1975 Pacheco dejó París harto de sus desencuentros con André Malraux, quien puso trabas para que los hijos de Picasso tuvieran pasaporte francés. “Luego disimuló, pero Malraux despreciaba a Picasso”.Los escaparates, escenas de playa o grandes retratos de diferentes formatos dan a la vivienda madrileña un aire de museo.SAMUEL SÁNCHEZEn el documental, Pacheco habla de su animada vida parisina y sus encuentros con Ernest Hemingway, Alberto Giacometti o Janis Joplin a la que escuchó cantar en un sobrecogedor concierto. A su vuelta a la España de los ochenta, en plena Transición, es de los artistas que no encuentran acomodo. Llega a exponer en los bajos de la Biblioteca Nacional o en sus galerías, Biosca y El Coleccionista, pero el foco está puesto en otra parte. “Lo único que parece importar es La Movida y artistas extranjeros. María Corral y Carmen Giménez se interesaron por mis cuadros, pero yo no he llegado a tener una exposición institucional como creo que merecería.”Tampoco ha sido reconocido Joaquín Pacheco con alguno de los grandes premios oficiales. Él lo achaca a su camino solitario dentro de un mercado que es implacable dictando órdenes. Siempre ha vendido, pero ahora siente que las modas van por otros derroteros. “Si no obedeces las consignas del mercado, te expulsan, pero nada hará que deje de hacer lo que yo considero que es arte. No me interesa la mercancía”, sentencia mientras sigue desgranando anécdotas y recolocando sus cuadros.

Joaquín Pacheco, genio, libertad y coherencia de un pintor de 91 años: “Si no obedeces las consignas del mercado, te expulsan” | Cultura
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