La función posponer (snooze, si el botón está en inglés) que llevan incorporados muchos despertadores digitales y que también permiten los smartphones es común para alargar el tiempo en la cama sin correr el riesgo de quedarse dormido y llegar tarde a la escuela, la universidad, el trabajo o a cualquier compromiso. Lo que no se sabía a ciencia cierta es lo frecuente que es su uso. Hasta ahora. Un estudio publicado en la revista Scientific Reports que ha recopilado datos de tres millones de noches de sueño a través de una app para teléfonos inteligentes que monitorea el sueño ha concretado qué significa ese “es habitual”. Según la investigación, el botón snooze lo pulsan las personas en más de la mitad de las mañanas (56%) y casi una de cada dos personas (45%) necesitan utilizar esa función el 80% de los días. De media, en las tres millones de noches analizadas, el botón se pulsó 2,4 veces para alargar el sueño hasta alrededor de 11 minutos; aunque hay personas que llegan a pulsarla hasta en 6 o 7 ocasiones y que estiran el tiempo en la cama hasta los 30 minutos. Más información“Muchos de nosotros recurrimos al botón de repetición de la alarma por la mañana con la esperanza de dormir un poco más, pero se había investigado poco de manera sistemática sobre su uso. Nuestro estudio revela que este es común y que, por regla general, es un mito que nos despertemos sintiéndonos frescos como una lechuga”, explica Rebecca Robbins, miembro del departamento de Medicina del Sueño y Trastornos Circadianos del Hospital Brigham and Women’s (Universidad de Harvard, EE UU) y autora principal del estudio. A Javier Puertas, neurofisiólogo clínico del Hospital de La Ribera (Valencia), los resultados no le sorprenden en absoluto. “Mi sensación es que esta práctica se ha convertido en un patrón bastante habitual, sobre todo desde la expansión de los teléfonos inteligentes, que permiten programar varias alarmas y la duración de la separación entre las mismas, lo que ha facilitado que cada persona intente adaptar un poco lo que cree que puede rescatar de sueño antes de salir de la cama definitivamente”, afirma. Puertas, que también es vicepresidente de la Federación Española de Sociedades de Medicina del Sueño, ve tras estos datos de uso una explicación clara: “En general, la gente va con falta de sueño”. Los datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN) parecen darle la razón: el 54% de la población adulta española duerme menos de las horas recomendadas (entre 7 y 9 por noche) y uno de cada tres adultos se despierta cada día con la sensación de no haber tenido un sueño reparador. La opinión de Puertas la comparte el doctor Manuel de Entrambasaguas, investigador del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico Universitario de Valencia: “Podemos decir que detrás del uso de la función de alarma de repetición se esconden problemas con el sueño, que en algunos casos podrían constituir verdaderos trastornos del sueño”. Según el coordinador del grupo de trabajo de Insomnio de la Sociedad Española de Sueño (SES), los usuarios que recurren a esta función con frecuencia lo hacen porque se encuentran completamente dormidos cuando suena la alarma para despertarse. “Esto significa que en el momento previsto para despertarse, el cerebro aún no ha completado de forma natural su ciclo de sueño”, añade. ¿Quiénes usan más la función ‘posponer’? Los autores del estudio observaron que las sesiones de sueño más largas (superiores a las 9 horas) tuvieron más probabilidades de terminar con el uso de la alarma de repetición. De hecho, las personas que dormían más de nueve horas utilizaban de media esta función 4,17 veces y las que dormían más de diez, 5,85. “Esto nos podría indicar que son personas que tienen algún problema de sueño (hipersomnia idiopática, dormidores largos, apnea del sueño, etc.) por el que, incluso durmiendo un número de horas que aparentemente sería suficiente para tener un sueño reparador, se despiertan con sensación de no haber dormido lo suficiente”, reflexiona Javier Puertas.Sorprende, en cambio, que las personas que duermen menos horas, entre 5 y 6, tengan un uso menor de la función snooze (2,4 veces por noche). Y extiendan menos el tiempo en la cama (apenas 10 minutos), algo que los investigadores atribuyen a que probablemente se trate de personas que acortan su sueño debido a responsabilidades laborales que les obligan a despertarse inmediatamente, dejándoles poco tiempo para alargar el sueño.Sorprende menos otro dato del estudio, que relaciona el acostarse más temprano con una menor necesidad de recurrir a la función snooze. “Las personas con retraso de fase, por definición, están excluidas del hábito de acostarse y dormirse temprano, pero para los demás usuarios, acostarse a una hora más temprana parece relacionarse con un tiempo de sueño más acorde con sus necesidades y, por tanto, con una menor presión de sueño cuando les sonaba el despertador”, explica De Entrambasaguas. El experto recuerda a propósito de este dato que, según un estudio de la Fundación Mapfre en colaboración con la SEN y la SES, un 61% de los jóvenes españoles entre los 18 y los 34 años reconoce retrasar voluntariamente la hora de irse a dormir para compensar la falta de tiempo personal durante el día. Es un fenómeno conocido como procrastinación vengativa a la hora de acostarse y que se hizo viral hace unos años en China. El estudio de Mapfre también encontró que las mujeres más jóvenes (18 a 24 años) eran las que tenían más dificultad para levantarse por las mañanas. Este dato corrobora otro descubrimiento relevante del artículo publicado en Scientific Reports, ya que las mujeres mostraron un uso de la función posponer del despertador significativamente superior al de los hombres. La autora principal del estudio, Rebecca Robbins, atribuye esta diferencia a las mayores responsabilidades de cuidados y del hogar con las que suelen cargar las mujeres, “que sumadas a sus obligaciones profesionales o de otro tipo reducen el tiempo disponible para dormir y aumentan el riesgo de insomnio, lo que en última instancia podría incrementar la dependencia de la alarma de repetición”. Por último, entre los resultados de la investigación, destaca también el hecho de que el uso de la función snooze fue bastante mayor entre las personas que se despertaban hacia mediodía, algo bastante común entre quienes trabajan a turnos y, en especial, entre aquellos que trabajan en el turno de noche. “En estos casos el sueño está ocurriendo en un momento diferente al previsto por el ritmo circadiano endógeno. El uso de la alarma repetida puede indicar que hay usuarios que tienen dificultades para seguir estos horarios y cabría considerar la presencia de un trastorno de los ritmos circadianos por trabajo a turnos”, apunta De Entrambasaguas. Lo ideal: despertarse sin alarmas Aunque un estudio publicado hace unos meses concluía que retrasar la alarma hasta tres veces durante 30 minutos no tendría apenas efectos sobre el tiempo total de sueño y reduciría la inercia de sueño, mejorando el rendimiento de las personas recién levantadas en varias funciones cognitivas, los expertos siguen mostrándose bastante reacios al uso de esta función. “Usar la función de repetición puede interrumpir algunas de las etapas más importantes del sueño. Comprometerte a levantarte con la primera alarma puede ayudarte a recuperar esos minutos de sueño fragmentado y sumarlos a tu episodio principal de sueño, lo cual ofrecerá beneficios para tu estado de ánimo, rendimiento, salud y bienestar al día siguiente”, sostiene Rebecca Robbins. En el mismo sentido se pronuncia Javier Puertas, para quien estas alarmas de repetición y la extensión del tiempo en la cama no proporcionan un sueño reparador. “Hablamos de un sueño interrumpido, en el que no solo hay un despertar breve, sino que es un despertar en el que tenemos que hacer algo, que es apagar la alarma una y otra vez. Creemos que, en realidad, ese sueño aporta poco al descanso”, afirma. Lo más recomendable, según los expertos consultados, sería despertarse de forma espontánea, sin necesidad de alarma, a la hora que nos conviene, lo que indicaría que estamos adaptados a unos horarios regulares que nuestro cronotipo acepta, que dedicamos al sueño el tiempo que necesitamos y, que, en general, disfrutamos de una buena salud del sueño. “El contexto real, sin embargo, incluye un sistema socioeconómico que a menudo no deja suficiente espacio para el tiempo libre personal y que además es un gran generador de estrés. La consecuencia, entre otras cosas, es que se sacrifica el tiempo de sueño y luego se necesitan múltiples alarmas para despertarse”, concluye Manuel de Entrambasaguas.

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