Llegué a Formentera, tras la larga travesía de costumbre y la lectura ritual de amplios pasajes del Lord Jim de Conrad a bordo del ferry Ciudad de Barcelona de Transmed, cargado de propósitos y anhelo de aventuras (“multiplicábanse en su mente las ideas de grandes hazañas: sentíase enamorado de ellas y le encantaba el feliz éxito que acompañaba a sus imaginarias proezas; eran lo mejor de su vida, su verdad secreta, su escondida realidad”). Dado que en el viaje había un poco de marejadilla y bastante viento, descarté seguirme paseando por cubierta con mi flamante gorra del Titanic, adquirida en la exposición inmersiva sobre el naufragio: la gente me miraba raro cubierto así y más con Lord Jim, esa apoteosis del hundimiento de un hombre, bajo el brazo. Me pareció en cambio un buen presagio encontrarme ya en el barco una sirena: una pequeña figura mecánica de una ondina rubia de ojos azules y escamas doradas que al darle cuerda movía arriba y abajo la cola para desplazarse en el agua y que me miraba tentadora desde el aparador de la tienda de regalos del ferry; la compré sin dudarlo un momento y la metí en la mochila, ansioso de verla nadar en las prístinas aguas de Formentera. Más informaciónNada más arribar a mi cuartel general en la playa de Migjorn me puse a releer, bajo las palmas de la techumbre del Pelayo, La isla misteriosa, de Julio Verne, pues, tras descartar hacerlo con Guerra y paz, me había propuesto trazar las semejanzas entre la novela y mi experiencia de Formentera (cosa que hice anteriormente con Robinson Crusoe y Tiburón, adelantándome en este segundo caso al aniversario de la película). No recordaba qué gran personaje es el periodista que aparece en la novela de Verne dando prueba de la querencia del escritor por nuestra profesión y que demostró por duplicado con los dos reporteros de Miguel Strogoff. En La isla misteriosa, efectivamente, encontramos entre los fugados en globo de un penal confederado que serán los protagonistas de la aventura al “honorable” Gedeón Spilett, “reporter del New York Herald” y que cubre la Guerra Civil estadounidense. Gedeón, escribe Verne, “pertenecía a esa raza de admirables cronistas ingleses y norteamericanos, la de los Stanley y tantos otros, que no retroceden ante nada para obtener una información exacta y transmitirla inmediatamente a sus periódicos”. Y continua Jules, trazando un perfil con el que no puedo sino identificarme: “Hombre de gran mérito, enérgico, siempre disponible y siempre dispuesto a todo, lleno de ideas, conocedor del mundo entero, soldado y artista, fogoso en la concepción y resuelto en la acción, hombre a quien no arredraban penalidades, fatigas o peligros, cuando se trataba de saber, para sí primero y luego para su periódico, verdadero héroe de la curiosidad, de la información, de lo inédito, de lo desconocido, de lo imposible”. Monumento en homenaje a Verne en Vigo, con escultura de José Molares. Teo Moreno Moreno (Alamy / CORDOEn fin, estaba yo tan ricamente con mi lectura de La isla misteriosa, con el aerostato desinflándose en medio de una tormenta y arrojando a nuestros protagonistas, náufragos del aire, en la susodicha isla (bautizada por ellos isla de Lincoln), cuando los acontecimientos de la realidad empezaron a imponerse a los de la literatura. De entrada la tempestad de la novela parecía trasladarse a Formentera. Estábamos en alerta por la llegada de un frente que traería, se advertía, vientos huracanados, lluvias copiosas y olas de dos metros. Cuando aún hay barcos varados de la DANA del pasado agosto —el Helisara, encallado junto al Molí de Sal, mientras que el Scipio 1924 del afamado belga Vincent de Froidmont, que se recupera de un ictus, fue retirado de la costa cercana al Sa Sequi el pasado 4 de julio—, la advertencia no podía tomarse a la ligera. Todo el jueves ha sido un prepararnos para el temporal. Se suspendieron los actos y conciertos de las fiestas de Sant Jaume y la gente deambulaba por la isla mirando al cielo y esperando lo peor. El cielo permaneció encapotado todo el día, rugiendo a ratos y soltando alguna gota, que el suelo sediento y polvoriento de la isla recibía como la leche de Amaltea, mientras el mar se henchía gris y poderoso coronándose de espuma. Desde el Pelayo, que vive en un sinvivir, aguardando la fecha definitiva de cierre, el 15 de septiembre, sin prórroga ya (veremos en qué se convierte este maravilloso y auténtico chiringuito que nos ha dado algunas de las mejores horas en la isla), un puñado de personas observábamos fascinados y sobrecogidos cómo las olas crecían y en todo lo que abarcaba la vista el mundo se convertía en un gran tapiz oscuro y amenazador. Y entonces se produjo una de esas imágenes que se te graban en el alma con la fuerza de una leyenda: una chica salida de no se sabe dónde se zambulló desnuda en el mar alborotado y durante un rato vimos emerger su cabeza de largo cabello mojado y su torso chorreante mientras, segunda sirena del verano, se entregaba a las olas más que luchar con ellas.La tormenta del jueves sobre el mar en Formentera.J.A.Pero si la tempestad, que acabó resolviéndose en gatillazo celeste, se cernía sobre nosotros a punto de dispararse como en un poema de Lérmontov (“la vela inquieta pide tormenta/ como sin en la tempestad encontrara la paz”), que no en balde murió en duelo, el verdadero desasosiego me ha llegado en este desembarco en la isla en forma de perro. Se trata de un Jack Russell terrier blanco y tostado que responde al tan luctuoso actualmente nombre de Ozzy y que el destino aciago ha convertido en mi vecino en las casitas de Es Pinars. Fue justo llegar con nuestro gato Charly, viajero tan habitual a la isla que como su dueño ya se fija en el ferry lo primero en la distribución de los botes salvavidas, y encontrarnos que el tal Ozzy se había enseñoreado de todo el territorio. Sus dueños, gente por lo demás muy agradable y con lancha, nos informaron enseguida del carácter cazador del can y su predisposición natural —animalito— a perseguir y acosar malamente a los gatos, cosa que hacía sin que nada ni nadie pudiera coartarlo en su cruzada antifelina. Nos dieron como cosa hecha que teníamos un problema (evidentemente con todas las de perder Charly, de temperamento tan soñador y pusilánime como su dueño), aunque accedieron muy simpáticamente a debatir qué se podía hacer para mitigarlo. Estábamos en un escenario tipo Un dios salvaje (2011), la película de Polanski sobre la obra de la dramaturga Yasmina Reza, llevada muchas veces a los escenarios, en la que dos matrimonios se reúnen para discutir muy civilizadamente (en principio) sobre la pelea entre sus hijos en la que uno le ha partido la boca al otro. Es difícil llevar con educación un conflicto en el que la otra parte se puede comer a la tuya, pero sacamos adelante unas negociaciones tipo Ucrania-Rusia en las que Charly y yo cedimos mucho. Un Jack Rusell terrier.Wikimedia CommonsSe estableció una línea divisoria que Ozzy no debía cruzar y que yo bauticé con hondo sentido de la historia como Checkpoint Charly. Pero al cabo de un rato ya teníamos al avispado terrier en nuestro porche, calentando como un púgil en busca de rival de una categoría inferior. Total que Charly solo sale de debajo de la cama en las escasas horas pactadas de reclusión o ausencia del perro hiperactivo (“ahora nos vamos, podéis sacar a vuestro gato”), mayormente de noche y siempre bajo estricta vigilancia (mía), de forma que estoy adoptando una vida vampírica y así no hay quien se ponga moreno. ‘Charly’, en Formentera.Como suelo hacer, he tratado de encontrar consejo, y si no consuelo, en los libros. Por suerte (o más bien no, dado el volumen de la biblioteca que me he traído a Formentera) dispongo de dos sobre el comportamiento de los gatos. Uno es una morrocotuda broma, How to talk to your cat about gun safety (cómo hablar a tu gato de la seguridad con las armas de fuego), de Zachary Auburn, Hodder & Stoughton, 2016), en la que una supuesta Asociación Americana de Patriotas en la línea de MAGA explica la manera de adiestrar a tu gato en el uso de pistolas y rifles para contribuir a salvar una nación en peligro, componiendo incluso milicias asilvestradas con visión nocturna. Pese a que dice cosas tan interesantes como que cualquier gato puede manejar una pistola de 9mm ligera aunque solo uno macizo tipo Maine Coon podrá con una Desert Eagle.44 de Magnum, tiene poco empleo real (“instruye a tu gato para disparar un tiro de advertencia si un perro agresivo lo amenaza”). Pero me pareció que dejar el librito al alcance de Ozzy, y sus dueños, podía hacer algo para mejorar las relaciones.Un gato en un cartel de una actividad de observación celeste en Formentera.J.A. El otro libro, The interpretation of cats, and their owners, del veterinario y psicólogo felino francés Claude Béata (Penguin, 2024, edición en castellano Locos por los gatos, Kitsune) da mucho más juego, al explicar cómo funciona la mente de un gato y los retos de su adaptación (como es nuestro caso). Me ha parecido muy relevante la insistencia en que un gato es a la vez un depredador y una presa y que esa dualidad caracteriza y condiciona su existencia, como refrendaría Ozzy. También que de la armonía de su entorno depende la salud mental de un gato. Leemos el libro juntos Charly y yo en nuestras horas de confinamiento, a menudo los dos debajo de la cama, y descubrimos las patologías a las que nos puede llevar esta situación, y cómo afrontarlas. Béata hace un repaso de sus casos gatunos, gatos hiperactivos, fóbicos, “esquizopáticos”. Nos ha interesado el caso de Tabatha que tenía un problema (más pequeño que el nuestro, claro) con un chihuahua, pero sobre todo el de un gato abisinio que sufría un estado de despersonalización (¿desgatización?) y síndrome disociativo que lo convertía en un verdadero Mister Hyde capaz de sembrar el pánico en el vecindario, perros incluidos. Quizá también dejaremos este libro a mano. Mientras tanto, como dijo Colette, el tiempo pasado con un gato nunca es tiempo perdido. Ni siquiera en Formentera.

Como perro y gato en la isla misteriosa, amenazada de tormenta | Cultura
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