La noche del 25 de octubre de 2008, Mario Vargas Llosa —que entonces tenía 72 años— estuvo a punto de caer en manos de las milicias rebeldes del Congo lideradas por el general Laurent Nkuanada. La guerrilla más grande y poderosa del país africano había dejado un reguero de asesinatos, violaciones y torturas en su avance hacia Goma, la capital de la región Kivu Norte, tras arrebatar la cercana ciudad de Rutshuru al Ejército congoleño. El premio Nobel peruano, fallecido el pasado domingo en Lima a los 89 años, había viajado al antiguo Zaire para documentarse sobre la vida de Roger Casament, el personaje que dio a conocer los horrores del colonialismo en el Congo bajo el mandato del rey belga Leopoldo II —una investigación que se convertiría en su novela El sueño del celta— y para reportajear para El País Semanal el drama de los desplazados en la frontera con Ruanda, que en ese momento ascendían a 300.000 personas.Más informaciónMario Vargas Llosa viajó a Kinshasa, la capital de Congo, siete días antes del episodio con los rebeldes para encontrarse con Juan Carlos Tomasi, fotógrafo de Médicos Sin Fronteras (MSF), y el periodista de MSF Javier Sancho, coordinador de los reportajes hechos por varios escritores que terminaron publicándose en El País Semanal bajo el título Testigos del olvido. El primer día de viaje, el escritor llegó a la residencia del embajador español en Kinshasa vestido “de Indiana Jones”, recuerda Tomasi en Barcelona entre risas. El fotógrafo tenía para entonces una amplia experiencia en conflictos bélicos, y advirtió al escritor que era un blanco fácil para rebeldes y militares.Mario Vargas Llosa, toma apuntes para su reportaje junto a unos niños en el campo de desplazados de Hewa Bora, en Congo. “Llevaba un chaleco con la bandera de España, un sombrero y pantalones caqui”, recuerda. “Le tuve que decir que así no se puede ir a una guerra, que le iban a matar”. Ese sería el punto de partida de un viaje de cerca de un mes que llevaría al premio Nobel a cruzar el Congo de este a oeste, persiguiendo los pasos de Roger Casement, el protagonista irlandés de su novela. La primera parte del viaje —que entre Sancho, Tomasi y Vargas Llosa acordaron estaría dedicada a recopilar información para la novela— les llevó por el oeste del país, siguiendo el curso de la desembocadura del río Congo, a las ciudades de Boma y Matadi.Sancho relata que en Kinshasa el escritor visitó un museo y se detuvo frente a las estatuas ecuestres oxidadas de Leopoldo II y de Henry Morton Stanley: “Legendario explorador que en un viaje de tres años cruzó África de este a oeste siguiendo el curso del río Congo desde sus cabeceras hasta su desembocadura en el Atlántico”, escribió el peruano en El sueño del celta. En medio del calor del África subsahariana, “Mario se alejaba y se ponía a escribir solo, ajeno a todo, incluso en medio de los sobresaltos de la lancha que el embajador nos había dispuesto para remontar el río Congo”, con una capacidad de concentración “envidiable”, cuenta Sancho.Los interminables viajes en coche por el país se hicieron amenos gracias a los relatos del intelectual. Habló sobre personajes de la literatura como Borges o García Márquez. “Nos contó que Neruda siempre estaba comiendo y que Borges dejó de hablarle porque le hizo notar que en su casa había una mancha de humedad”, asegura Tomasi, quien todavía se muestra sorprendido de la capacidad del autor de La fiesta del Chivo para relatar historias. “Sobre el puñetazo a García Márquez nunca nos dijo nada, cuando le preguntábamos solo reía, pero nunca habló mal de Gabo”, subraya el fotógrafo.Más informaciónEn una de las carreteras africanas, el coche de MSF en el que viajaban se deslizó debido a un charco de aceite y estuvieron a punto de chocar. Les detuvo un socavón entre la carretera y la montaña, pero a diferencia de sus acompañantes, el escritor salió del vehículo con total tranquilidad. “Nunca le vi con miedo durante el viaje, es alguien que sobrevivió a dos atentados cuando quiso ser presidente del Perú”, rememora Tomasi.El nobel de Literatura mantuvo la calma incluso durante uno de los momentos más críticos del recorrido, cuando la guerrilla tutsi llegó a las puertas de Goma, la ciudad en la que los periodistas se encontraban durante la segunda semana de viaje. “Nos dijeron que durmiésemos vestidos y con el equipaje hecho, por si debíamos huir en medio de la noche, pero más tarde nos llamaron para avisarnos que nos vendrían a buscar al amanecer para sacarnos de allí”, cuenta Sancho. Un día después, Tomasi tuvo que despertar a Vargas Llosa a las 5.00 de la mañana para evacuarlo entre el ruido de la artillería y los morteros, mientras la población estaba tirando piedras contra los vehículos de las ONG, porque algunas huían de Goma. El fotógrafo lo encontró con su tranquilidad habitual, vestido con un pijama blanco adornado de las iniciales M.V.L. y enganchado al noticiero de la televisión. “Enviamos un coche por delante y lo sacamos con tres o cuatro mantas como protección encima de la cabeza, mientras sonaban los disparos”, asegura Tomasi.“Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: ‘¡Ah, el horror! ¡El horror!”, escribió Vargas Llosa en su reportaje sobre el Congo, que se publicó en enero de 2009 como parte de la serie titulada Testigos del horror, mientras que El sueño del celta se publicó un año después.Una vez en Ruanda, los periodistas visitaron varias localidades de ese país que vivió el genocidio de 1994, en el que fueron asesinadas 800.000 personas, a lo largo de 100 días durante la que milicias hutus exterminaron a los tutsis. El escritor visitó varios monumentos dedicados a la memoria del genocidio, en donde pudo ver ropa, zapatos y objetos pertenecientes a las víctimas. “Fue la única vez que Mario se derrumbó durante todo el viaje”, relata Tomasi. Desde Kigali, los periodistas tomaron un avión de vuelta a Europa. “Primero iré a darme un baño de agua caliente con espuma. Desayunaré los mejores croissants de París en la panadería Gérard Mulot, y después de descansar empezaré a escribir. Es mejor así, en caliente. Es la manera de explicarme el horror que he visto. Tal vez eso ayude. Es lo que yo puedo hacer, ¿no es verdad?”, describió el escritor a los periodistas después del viaje.

Cuando Vargas Llosa se despertó en la guerra del Congo | Cultura
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