El 19 de diciembre de 2010, El País Semanal le dedicó una portada a Belén Esteban. La tildaba de fenómeno social y hablaba de alguien que, gracias exclusivamente a vender su vida privada, había saltado de un barrio humilde de Madrid al estrellato mediático. Su celebridad era innegable: no solo había sido la mujer del torero más sui generis de España, sino que integraba el equipo de un programa de la llamada “telebasura” con un éxito absoluto. La respuesta, sin embargo, fue virulenta: la defensora del lector tuvo que hacerse eco de las quejas y justificar aquel reportaje que, para muchos, alimentaba “la zafiedad, la vulgaridad y la ignorancia” de ciertos personajes relacionados con el corazón.Hace menos de un año, Belén Esteban asomaba a la contraportada de este mismo periódico. Suscitó comentarios, pero no era lo mismo: su presencia en diarios, magazines o podcasts es lo habitual. La “reina del pueblo” ya no causa escozor. Al revés, es jaleada en prime time. Y sus supuestas fruslerías de antaño ahora se han transformado en opiniones firmes, tanto a favor de la sanidad pública como sobre los “injustos” resultados de Eurovisión. Hay más casos, como el de Jorge Javier Vázquez. De ser sinónimo de frivolidad ha pasado a convertirse en referente político y en un entrevistado de lujo. Más informaciónBelén Esteban y Jorge Javier Vázquez han pasado de ocupar un lugar denostado por ciertos círculos a alzarse como iconos de masas. Pero, ¿Cómo se ha producido esta glorificación de lo popular? El giro no es casual: nuestra forma de consumir televisión, literatura o cine ha sufrido una revolución. Y, con ello, las jerarquías artísticas se han abatido, destronando a su vez a la atalaya intelectual que fijaba qué era lo óptimo y qué no. Se acabó esa distinción entre el entretenimiento y lo sofisticado. Ahora los colaboradores de estos formatos pasean por espacios reputados con una veneración total, sobre todo entre las nuevas generaciones, que no tienen ningún problema a la hora de confesar su amor por Sálvame o La isla de las tentaciones.Montoya, uno de los concursantes de ‘La isla de las tentaciones’, rodeado de sus compañeros en uno de sus momentos más comentados e imitados de la última edición del programa.Ni siquiera el concepto de “telebasura” está vivo o se toma como un insulto. “Cuando Telecinco canceló Sálvame en 2023, su estatus cambió por completo”, comenta Esther Mucientes, especialista en televisión y autora del ensayo Por Sálvame ma-to (La Esfera de los Libros). “Lo que durante años había sido señalado como el patito feo de la programación se convirtió de repente en objeto de nostalgia. Ya no era algo presente que podías despreciar, sino un recuerdo al que podías abrazar sin culpa”, afirma.Esta tendencia que viene de lejos. Ocurrió antes con programas como Crónicas Marcianas y su órbita de formatos noventeros, inicialmente vapuleados por la crítica y luego reivindicados como pioneros de un lenguaje televisivo rupturista. Guillermo Alonso, periodista cultural de EL PAÍS, lo atribuye a un relevo generacional imparable: “Los niños que crecieron viendo a Belén Esteban llorar en Sálvame Deluxe hoy son adultos con poder de decisión en redacciones, universidades y productoras. Lo que sus padres consideraban basura, para ellos fue el paisaje emocional de su adolescencia”, resume.Prueba de ello es que compañías como Netflix han incorporado el lenguaje de la tele sensacionalista en ficciones como Veneno (dirigida por los Javis, declarados fans del género) o que Disney+ recupera a Jorge Javier Vázquez para documentales sobre la historia de la televisión. Y va más allá. Jorge Carrión, autor de Teleshakespeare, señala que este proceso refleja una transformación mayor: “El capitalismo tardío ha convertido todo en contenido. Ya no existen la alta y la baja cultura como categorías separadas, solo algoritmos que premian el engagement, sea un monólogo de Shakespeare o un arranque de lágrimas en La isla de las tentaciones”.Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez en un programa de ‘Sálvame’ en 2023.Esta reformulación se sostiene en tres pilares, según los especialistas. El primero es el salto a las plataformas digitales. El bum de La isla de las tentaciones no se consiguió solo en Telecinco, sino en X, TikTok e Instagram. Estas aplicaciones amplificaron sus momentos más escandalosos, replicándolos en memes compartidos por millones de usuarios. “Las nuevas generaciones no consumen televisión lineal, pero devoran clips editados en redes sociales”, explica Mucientes. “Las productoras lo saben y ahora diseñan programas pensando en su potencial viral, no en su coherencia narrativa”, añade. El rescate de Sálvame en Canal Quickie tras su cancelación lo demuestra: lo que en antena era considerado ruido, en internet se convirtió en carnaza viral.Otro factor es el uso de la memoria afectiva como criterio cultural. “Los millennials hemos convertido nuestra infancia televisiva en canon”, advierte Alonso, “pero hay un peligro: confundir lo que nos emociona por nostalgia con calidad objetiva”. Bastan algunos ejemplos: desde la sacralización de Operación Triunfo como “evento sociológico” (olvidando sus momentos más turbios) hasta la reescritura de Gran Hermano como experimento antropológico. “Es legítimo reivindicar lo popular, pero sin caer en la mitificación”, puntualiza Alonso.Por último, entra en juego la liberación del estigma social. “Antes, si te pillaban viendo Sálvame, lo negabas; hoy, lo tuiteas con orgullo”, ríe Mucientes. Este cambio se enlaza con una sociedad menos estamental: “Cuando un programa lo ven millones, incluidos universitarios y profesionales, ¿quién puede tacharlo de basura sin ofender a media población?”. Alonso añade otro elemento clave: “Las redes han democratizado la crítica. Ya no dependemos de expertos que odiaban la tele para validar nuestros gustos”.David Bisbal, Rosa, David Bustamante, Chenoa y Manu Tenorio en el escenario de ‘OT’ en 2001.CordonLo que se debate es si esta rehabilitación es sincera o una mera pose irónica. Para Mucientes, refleja un hartazgo real: “La gente está cansada de lo políticamente correcto. Figuras como Belén Esteban encarnan una sinceridad bruta que resuena en tiempos de sobreproducción de discursos pulidos”. Carrión lo vincula al agotamiento de las vanguardias: “El arte contemporáneo lleva décadas jugando a ser inaccesible. Lo popular ofrece emociones inmediatas que llenan ese vacío”. Alonso, sin embargo, detecta riesgos: “Hay un fetichismo alrededor de lo trash que a veces parece más postureo que aprecio real”. “¿Cuántos que alaban Sálvame en Twitter [ahora X] lo verían realmente tres horas seguidas?“, se pregunta, alegando cómo cierta intelectualidad ha abrazado estas corrientes como una manera de amoldarse a lo cool.Todos coinciden en lo mismo: la frontera entre “alta” y “baja” cultura se ha difuminado para siempre. “Ver La isla de las tentaciones no te impide disfrutar un documental de arte. La cultura no es un campo de fútbol donde hay que elegir equipo”, esgrime Mucientes. Alonso apunta más lejos: “El verdadero cambio es que ser culto ya no da estatus. Hoy triunfa quien mejor navega entre registros, mezclando a Freud con el último meme de La isla”. Y no se queda ahí. Sucede en el arte (con el auge del kitsch), la música (incluyendo reggaetón en festivales indie) y la literatura (BookTok rescatando bestsellers olvidados). Anita y Montoya, la pareja que más memes ha generado, durante la hoguera final de la última edición de ‘La isla de las tentaciones’.MediasetEl auge de la popularidad de estos programas refleja una sociedad que, por primera vez, se toma en serio sus propios placeres sin pedir permiso a las élites. Pero surgen dudas. ¿Servirá para acabar con el esnobismo? ¿Impedirá a la audiencia distinguir los méritos de invitados con pedigrí y licenciados en cotilleo? “Estamos ante un terremoto cultural cuyas réplicas seguirán sintiéndose. La telebasura murió para renacer como espejo de quiénes somos realmente cuando nadie nos juzga”, cavila Carrión. Mientras, Belén Esteban ocupa sillones en programas con tintes sesudos, Jorge Javier Vázquez da charlas sobre comunicación y Sálvame se estudia en másteres de Periodismo. Pocos se ruborizan cuando piden un aplauso para quienes hace una década generaban interrogantes como este: “¿Cómo es posible que un periódico de probada seriedad pueda exponer en una portada a alguien de quien no se conocen logros, estudios, hechos relevantes, profesión específica, quehacer humanitario, artístico, deportivo, cultural, literario, perfil o actividad política, económica o social?”.

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