Ya habrán oído hablar de la morgue. En la jerga periodística, es el depósito de textos y material visual que se guarda para una posible consulta rutinaria o hasta que surge la oportunidad para publicarlo. Ese momento se hace evidente cuando fallece una persona suficientemente reconocida en su campo.Cualquiera puede entenderlo. La vida de un redactor jefe se simplifica si tiene a su disposición soluciones para cualquier emergencia. En más de una ocasión, me han pedido una necrológica adelantada… lo que me produce mal fario. Me solicitaron un obituario para Freddie Mercury, del que se sabía que estaba seriamente enfermo. Me resistí y, zas, al día siguiente se anunciaba que el vocalista de Queen había muerto. Los jefes tienen olfato para esas cosas. Por temperamento, uno siempre tiende a esperar lo mejor, incluso cuando se trata de artistas que no son santos de su devoción. Así que me resisto a elaborar necrologías anticipadas. Y las requieren con demasiada frecuencia. No hace falta ser pájaro de mal agüero: la biología nos avisa de que muchos están a punto de llamar a la puerta del cielo. El mismo Bob Dylan (84 años, igual que Eric Burdon o Dionne Warwick). Justo por debajo están Eddy Mitchell, Carole King, Paul Simon, Teddy Bautista. Hay una nutrida representación de estrellas con 81 años: Jimmy Page, Joni Mitchell, Mick Jagger, Keith Richards, Roger Waters, John Fogerty, Miguel Ríos, Steve Miller. Y entre los recién ingresados en el Club de los Octogenarios, destacan Ritchie Blackmore o, atención, Pete Townshend, autor de aquella arriesgada promesa: “Espero morir antes de llegar a viejo“.Que conste que se trata de especulaciones. Imagino que las grandes figuras disfrutan del mejor cuidado gerontológico que se pueda comprar con dinero. En el otro lado de la balanza, la sospecha que, en tiempos no tan lejanos, estos queridos pájaros vivieron al límite. Aunque aquí conviene computar la sospecha de que los músicos están hechos de una pasta especial, ejemplarizada por la capacidad para la supervivencia de alguien como Keith Richards, durante décadas etiquetado como “el próximo que va a caer”.No quisiera ser acusado de morbosidad. Tengo curiosidad por teorías como las que explican que los bateristas, a pesar del desgaste requerido por su labor, demuestran una notable capacidad de resistencia, gracias al desarrollo de una memoria muscular para realizar su trabajo. Y defiendo la necesidad de las necrológicas: en un mundo que devora su historia sin masticar, urge despedir con mimo a todos los que nos proporcionaron placer.Aparte, sirven para el entretenimiento gratuito de comparar nuestras existencias con las de los meteoritos que nos iluminaron. En la nómina de los septuagenarios aparecen antiguos kamikazes tipo Elton John, Joaquín Sabina, Charly García o Bob Weir pero también abundan los de conductas modélicas como Peter Gabriel, Sting, Bruce Springsteen, Steve Winwood, Bryan Ferry, Kiko Veneno o, si me apuran, Neil Young.En el pacto que muchos firmamos con el rock, destacaba la nebulosa garantía de que aquella música ofrecía una juventud prolongada. Mejor no creérselo: otros géneros también facilitan trayectorias longevas. Ahí está el bluesman Buddy Guy (88 años), el saxofonista Sonny Rollins (94), el vaquero Willie Nelson (92). Y el recuerdo del sonero Compay Segundo, que nos dejó con 95 años.

El sentido de las necrológicas | Cultura
Shares: