Reproducción de un detalle del cuadro de Pissarro que los Cassirer reclaman al Thyssen a la entrada de la exposición ‘Proust y las artes’, en la sede madrileña de la fundación.Jaime VillanuevaDavid Cassirer ha recibido estas semanas una buena y una mala noticia en su particular cruzada de más de 25 años para lograr que el Gobierno español le devuelva el cuadro de Camille Pissarro Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia (1897). Los nazis (en eso hay acuerdo entre ambas partes) se lo expoliaron en 1939 a su bisabuela, Lilly Cassirer. En 1993, el lienzo acabó en los fondos de la Fundación Thyssen-Bornemisza de Madrid tras la compra por 350 millones de dólares (310 millones de euros, al cambio actual) de la colección del barón Thyssen, que lo había adquirido en una galería de Nueva York en 1976.La buena noticia para David Cassirer es que el Supremo de Estados Unidos haya ordenado reabrir, tras tres fallos a favor del Thyssen, un caso que parecía cerrado después de que un tribunal de apelaciones (el del Noveno Circuito, con potestad sobre la Costa Oeste del país) confirmara que el derecho sustantivo que se debe aplicar en este caso es el español. En ese ordenamiento jurídico, la posesión pública de un bien robado durante seis años basta para considerar al museo como su legítimo dueño. Pasaron algo menos de siete desde que la fundación abrió sus puertas y el momento en el que los Cassirer aparecieron para reclamar el pissarro. La denuncia la puso en 2005 en Los Ángeles Claude, padre de David Cassirer, tras varios años de intentos, también diplomáticos, de conseguir una devolución voluntaria.Más informaciónLa última resolución del Supremo daba un plazo que se cumplió este viernes para que el caso vuelva a la instancia inferior, y esta estudie si las cosas han cambiado con la aprobación de una nueva ley de California, que firmó en otoño pasado ante David Cassirer, músico jubilado de 70 años, el gobernador Gavin Newsom en un acto en el Museo del Holocausto de Los Ángeles. Esa norma dice que cuando un ciudadano californiano reclama una pieza de arte robado, no solo por los nazis, siempre impera el derecho sustantivo de California, según el cual el cuadro le debe ser devuelto sin importar el tiempo que haya pasado. También dice que la norma se puede aplicar de manera retroactiva.“Me parece que la ley es muy clara”, explicó Cassirer en una entrevista por videoconferencia desde su casa cerca de Telluride (Colorado) en presencia de uno de sus abogados, Sam Dubbin. “Por usar un símil de fútbol [americano], creo que estamos en la línea de dos yardas, muy cerca de anotar por fin”.Thaddeus Stauber, abogado que representa al Thyssen desde hace 20 años, también recurrió este viernes al deporte en una conversación telefónica. “Es como si hubiese terminado un partido, que ambos equipos han jugado según unas reglas, y entonces el árbitro, porque tiene un interés particular en el resultado, dijera: ‘Vamos a repetirlo con unas normas nuevas”. Stauber considera que la ley californiana se extralimita territorialmente (“¿Se imagina a un tribunal de Barcelona decidiendo sobre lo que debe hacer un museo de Washington?”), y que no resistirá al escrutinio de los jueces, porque es “inconstitucional”. “La jurisprudencia estadounidense e internacional prohíbe a los Estados intervenir en el ámbito de las relaciones exteriores, y los Principios de Washington [pacto internacional suscrito por España sobre arte expoliado] exigen que todos los firmantes respeten los diferentes sistemas jurídicos. La ley californiana contraviene todo eso”.El gobernador de California, Gavin Newsom, David Cassirer y el abogado Sam Dubbin el pasado otoño en el museo del Holocausto de Los Ángeles.Press Gobernor Gavin NewsomLa mala noticia para David Cassirer llegó desde Madrid, donde el Thyssen ha incluido el cuadro que reclama en la exposición Proust y las artes. También ha empleado la imagen de la obra para anunciar la muestra en un mural que da la bienvenida a los visitantes. A Cassirer le “indigna” y le “ofende especialmente” ―“sobre todo a la luz de la reciente decisión del Supremo”― el uso de la pintura para “promocionar” precisamente esa exposición. “La madre de Proust, de soltera Jeanne Weil, era judía, nacida en una prominente familia judeo-alemana similar a la mía. Es una vergüenza que España desprecie de esa manera a mi familia y a mi pueblo mientras el litigio internacional sigue abierto”, considera.La muestra se inauguró el 4 de marzo, y el fallo del Supremo llegó seis días después, así que la decisión que enoja a Cassirer se tomó antes de saber que el asunto resucitaría en Washington. “Un detalle del cuadro está reproducido en el acceso a las salas expositivas. En ningún caso se ha utilizado esta imagen para acción promocional alguna relacionada con la muestra”, puntualiza por escrito un portavoz del museo, que no quiso detallar el proceso que llevó a destacar la pintura ni si lo habrían hecho de haber sabido que el Supremo daría nuevas alas a la reclamación. “Se trata de un cuadro que, por otra parte, se expone de manera habitual en la colección permanente del museo desde su inauguración”, añade el texto.’Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia’ (1897), cuadro de Camille Pissarro, actualmente en la colección del Museo Thyssen-Bornemisza. “Como sin duda saben en el Thyssen, Pissarro era judío y pintó Rue St Honoré durante el auge del caso Dreyfus. Los intentos de España de reescribir la historia para aferrarse a la pintura de mi familia son una flagrante violación de la justicia y la moral”, responde David Cassirer en referencia a Alfred Dreyfus. Judío alsaciano acusado erróneamente de espiar para los alemanes, pasó cinco años en prisión. Su peripecia destapó el antisemitismo de la Tercera República y provocó que Émile Zola escribiera su famoso Yo acuso.Según el experto en arte robado por los nazis Jonathan Petropoulos, que declaró en el juicio como testigo de la acusación, el genio impresionista, famoso a sus 67 años por su trabajo al aire libre, decidió pintar la serie de 15 vistas a la que pertenece la obra en disputa desde una habitación del Grand Hotel du Louvre por miedo a salir a la calle durante esos “días tensos”. “Se veía mayor, físicamente frágil. Le preocupaba que su aspecto estereotípicamente judío y su nariz prominente le fueran a traer problemas. Además, era un hombre muy famoso”, aclara Petropoulos, “y Francia era el país europeo más antisemita de la época”. A la sombra del ‘caso Dreyfus’El caso Dreyfus también atraviesa la obra magna de Proust, A la busca del tiempo perdido (según la traducción de Mauro Armiño, que es por la que han optado en la muestra madrileña). En la exposición, la cartela que acompaña al cuadro lo relaciona con la transformación de París que trajeron “las reformas urbanísticas del barón Haussman”. “Con esa serie de vistas desde el hotel, creo que a Pissarro le interesaba el experimento formal. Teniéndolo a mano [el cuadro], habría sido absurdo no usarlo para contar cómo era aquella ciudad durante la Tercera República”, explica su comisario, Fernando Checa, exdirector del Museo del Prado (1996-2001).Checa, que no tuvo que ver con la decisión de colocar el detalle de la vista en el mural de la entrada, añade que su intención “no era entrar en las consideraciones políticas e históricas que rodean a Proust, sino solo explorar las vinculaciones con el arte de su época. Se podría haber hecho, como podría haberse indagado en su identidad: era medio judío y se educó en la religión católica, aunque realmente era agnóstico. Todo eso puede resultar fascinante, pero no era mi interés como comisario”. El catálogo, aclara, sí tiene un capítulo entero dedicado al caso Dreyfus, en el que se destaca que el escritor “llegó a definirse como ‘el primer dreyfusista”.De la peripecia del pissarro tampoco hay mención en la exposición, tampoco en su catálogo. El marchante del pintor, Paul Durand-Ruel, se lo vendió en 1900 a los Cassirer, familia judía alemana de empresarios y amantes del arte, dos de cuyos miembros tenían una galería en Berlín. Tras varias herencias, el lienzo acabó en manos de Lilly Cassirer, que, ante el avance del nazismo, se vio obligada a huir con su segundo marido al Reino Unido en 1939. Poco antes, un marchante enviado por el Tercer Reich les pagó 900 marcos por el pissarro, un precio “ultrajante”, según un documento de los aliados al término de la guerra. Lilly ni siquiera obtuvo ese dinero; se lo ingresaron en una cuenta ya bloqueada.El ‘pissarro’ expoliado del Thyssen, en el salón de la casa de Lilly Cassirer en Berlín en los años 30, en una foto del archivo familiar.Durante la II Guerra Mundial, el cuadro cambió varias veces de manos. Después, se le perdió la pista hasta 1951, año en el que apareció en Los Ángeles. Su propietaria legítima nunca supo nada de eso; creía que el lienzo se había perdido o destruido. Cuatro años antes de morir en Estados Unidos, y tras una década de litigios a varias bandas, recibió en 1958 una indemnización de la República Federal Alemana de 120.000 marcos (unos 13.000 dólares de la época), de los que tuvo que pagar 14.000 marcos a la heredera del siguiente dueño, otro judío.Dubbin, el abogado de Cassirer, recuerda que el Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito se basó en 2017 en una decisión anterior del Supremo alemán en el caso de un judío al que se le permitió recuperar su colección pese a un pago previo del Gobierno. En virtud de ese precedente, el tribunal californiano consideró que la indemnización a Lilly Cassirer no excluía el derecho de la familia a la restitución de la pintura. Stauber cita, por su parte, un informe aportado en el juicio que establece que en los documentos legales del pacto de 1958 no hay cláusula alguna que indique que ella se reservara derechos en el futuro sobre la obra expoliada.“Desde el museo inciden últimamente en el argumento de que mis antepasados ya cobraron por el cuadro”, explica David Cassirer, “cuando en realidad tenemos un acuerdo por escrito con el Gobierno alemán para devolver la cantidad que pagaron a Lilly, adaptada al valor actual [unos 130.000 dólares], si nos devuelven la obra”. Algunas valoraciones consideran que en el mercado esta podría alcanzar al menos unos 60 millones de dólares, aunque, en eso están de acuerdo ambas partes, si recupera el pissarro, a Cassirer no le quedará otra que venderlo para “pagar a los abogados”.Para Joel Greenberg, fundador de la firma de inversión Susquehanna y presidente una fundación que ayuda a supervivientes del Holocausto en la reclamación de obras de arte expoliado, “el argumento de que quieren cobrar dos veces incide en la imagen del judío como alguien avaricioso, un tópico peligroso en estos tiempos de antisemitismo creciente”.El abogado del Thyssen dice que, según consta en documentos consultados por él mismo en Múnich, “Lilly y su abogado hicieron un informe sobre el valor justo de mercado de la pintura en ese momento, y eso fue lo que recibieron”. “En ningún caso fue poco dinero”, añade. “Era lo que costaba un pissarro en la época”. Stauber se pregunta si “estaríamos hablando de este asunto 20 años después” si en lugar de haberse apreciado el lienzo hubiera perdido valor con el tiempo.Stauber también lamenta las acusaciones de antisemitismo, “una caracterización errónea y decepcionante”. “Nosotros no estamos diciendo que quieran cobrar dos veces, sino que la familia recibió la compensación completa que solicitaron. En nuestra opinión, eso pone fin al caso. Los principios de Washington protegen a las víctimas del Holocausto, pero también reconocen las leyes de los otros países y los derechos de quienes adquieren los bienes de buena fe. Y en 1993 el Gobierno español compró el pissarro de buena fe. Lo hizo, como confirmaron los tribunales estadounidenses, después de llevar a cabo una investigación internacional exhaustiva que confirmó que la pintura (junto con la colección del barón) estaba libre de cualquier reclamación y que podía ser y fue adquirida legalmente con fondos públicos españoles y de acuerdo con la ley”.Petropoulos considera, por su parte, que el caso del pissarro es la prueba definitiva de que pudo hacerse más. “Pissarro es el artista más expoliado por los nazis. ¿Por qué? Porque los judíos lo coleccionaban con cierto orgullo cultural. La trasera del cuadro en disputa conserva el resto de una etiqueta de la galería de los Cassirer en Berlín, una de las familias judías más famosas de Europa. Me cuesta creer que el barón, uno de los coleccionistas más sofisticados de su tiempo, no viera esa etiqueta y se preguntara por la procedencia del cuadro”, dice el experto. “El Thyssen tampoco investigó lo suficiente”.En el juicio, Laurie Stern, una respetada experta en procedencia de obras artísticas requerida por el museo, demostró que en los registros de la galería no consta a quién se vendió la pintura. Para Stern, la etiqueta por sí sola no puede ser concluyente sobre su origen.La galería Cassirer, en Berlín, en torno a 1900.ullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)David Cassirer considera que esos argumentos son “excusas” para no enfrentarse al “hecho de que moralmente no hay justificación para que España se aferre al cuadro”. La última resolución del Supremo, tribunal ante el que solo han acabado tres casos de arte expoliado, la siente, dice, como una cierta victoria, porque ha servido para devolver su “tragedia” a los titulares. “Mi padre era superviviente del Holocausto, y le preocupaba mucho que la gente se fuera olvidando de lo que pasó, así como la deriva política de Estados Unidos y de Europa. Este caso fue muy doloroso para él, pero tenía la parte positiva de que mantenía viva la memoria de la terrible experiencia de mi familia”.Claude Cassirer falleció en 2010 en San Diego, donde se retiró tras jubilarse junto a su mujer, Beverly, que murió 10 años después. Tras la desaparición en 2018 de su hermana, David Cassirer se quedó solo en una cruzada que empezó hace un cuarto de siglo. Cuando pierde la esperanza, explica, contempla la copia que encargó del pissarro (”que tiene un marco mucho más bonito que el del Thyssen”) para regalar a sus padres y que ahora tiene en el salón de su casa en Colorado.Todo indica que todavía lo mirará unas cuantas veces antes de dar el caso por cerrado. La semana que viene el tribunal del Noveno Circuito puede decidir devolverlo al juez que lo instruyó, como quieren los Cassirer, o quedárselo para que sus magistrados lo examinen. Pueden pedir opinión a las partes, e incluso celebrar una vista. Y después, aún quedaría el trámite de las apelaciones antes del punto final a una historia que empezó en un hotel de París hace 128 años.

En busca del ‘pissarro’ del Thyssen expoliado por los nazis: la familia denuncia el uso del cuadro para anunciar una muestra sobre Proust | Cultura
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