“Está claro que Franco hizo cosas mal. Pero también hizo algunas bien, que hoy en día se agradecen. Como la construcción de presas. O cómo organizó y levantó España después de una guerra, tú sabes que eso es difícil”, dice convencido Juan, 15 años, estudiante de cuarto de la ESO en el instituto público Campo de Calatrava, en Miguelturra, un municipio que ha crecido hasta los 15.800 habitantes como población dormitorio de Ciudad Real. En su casa nunca se ha hablado mucho de política. De un tiempo a esta parte, con sus colegas sí lo hace. En TikTok, Instagram y YouTube a veces ve vídeos sobre el tema (dice: “me salen y los veo”). Y le da “un poco igual”, afirma, vivir en un sistema democrático o en una dictadura.Muchos chicos de su instituto ―un centro educativo de ladrillo visto más bien grande, con 900 alumnos, socioeconómicamente variado, porque en la zona hay poca enseñanza concertada, y con una tasa relativamente baja de chavales inmigrantes― tienen ideas parecidas, afirma Carmen, de 16, que va a clase con Juan. Sus nombres se han cambiado en este reportaje por su edad. “Están en contra del feminismo, y hablan bien de Franco. Casi todos los días se oyen insultos racistas y contra los gais, como maricón, moro, o puto negro. Aunque sean sus amigos, se lo dicen. Y aunque pueda parecer que lo dicen en broma, a ellos les duele”, asegura. El extremismo de los chicos no ha desembocado, de momento, en un ambiente crispado en el instituto, dice Carmen, pero sí genera frecuentes discusiones, sobre todo con las chicas, que suelen ser más feministas y de izquierdas.El caso del Campo de Calatrava no es, por chocante que parezca, excepcional. Muchos docentes vienen avisando de un aumento de los posicionamientos de ultraderecha entre sus alumnos adolescentes. Unas advertencias que también emiten las encuestas. El 52% de los chicos de 16 a 24 años está muy o bastante de acuerdo en que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres” que ahora se les discrimina a ellos, casi 8 puntos más de lo que opina el conjunto de los hombres, según el CIS. Y, entre los grupos de potenciales votantes, los varones jóvenes de 18 a 28 años son lo que más intención de votar a Vox manifiestan, un 36,1%, según el Instituto 40dB, frente a un 15,1% de las chicas de la misma franja de edad, y un 14,6% en el conjunto de la población adulta, según la misma encuesta.Muchos profesores están abordando el fenómeno en el aula. Como Alicia López, que da clase de Valores cívicos y éticos y de Filosofía a estudiantes de 12 a 18 años en el instituto Campo de Calatrava de Miguelturra. Y que tiene, pese al panorama descrito antes, “esperanza en los adolescentes”. “Cuando analizamos más los temas, ves que muchos no entienden verdaderamente de qué están hablando. Y si les preguntas por temas concretos, igual tienen opiniones que no son las de Vox. Pero tanto Franco como Vox son palabras que han incluido en su vocabulario cotidiano. Muchas veces las utilizan para generar una broma compartida dentro del grupo, sin darse cuenta de que se adentran en un terreno peligroso”.Su método para intentar contrarrestarlo consiste, de entrada, en debatir abiertamente en clase. “Hay que permitir que se expresen, observar dónde están los problemas e intentar solucionarlos. Si la voz de los adolescentes, que no parece importar en ningún sitio, tampoco se escucha en el lugar donde más tiempo pasan, que es aquí en el instituto, ¿no estamos facilitando que se vayan a posiciones extremas?”. Después de abrir el debate, López trabaja en clase “el pensamiento crítico, el desenmascaramiento de bulos, cómo buscar información fiable y detectar fuentes seguras”.La profesora Alicia López, este viernes durante una clase.Pablo Lorente Como todos los entrevistados para este artículo, la profesora apunta a las redes sociales como elemento clave en la radicalización de los chavales. Una influencia que a veces les llega, dice, desde flancos imprevistos, como el de los gamers que comentan videojuegos. “Hay influencers que tienen mensajes duros y directos. Pero para mí casi son más preocupantes los que van normalizando en ellos una narrativa de ultraderecha de forma más subliminal. Haciendo digamos bromas a través de las cuales van colando unos mensajes que acaban calando”, afirma Jordi Cano, profesor en la Facultad de Educación de Lleida. Hasta el curso pasado y durante casi tres décadas, Cano dio clase en la ESO y Bachillerato en materias como Música y Cultura Audiovisual, buena parte de ellos en un colegio concertado católico de Lleida, y asistió a una deriva parecida, o incluso más extrema, que la que reportada en el instituto público de Ciudad Real.Macho testosterónicoEl docente pidió durante años a su alumnado que elaborasen fichas de los influencers a los que seguían en plataformas como YouTube, TikTok y Twicht para luego analizar con ellos los sesgos y prejuicios que destilaban. Su conclusión es que los chicos ―porque hay una gran diferencia en el tipo de influencers preferidos por las alumnas― están expuestos desde el inicio de la secundaria a una constelación de discursos de extrema derecha que abarcan desde el antifeminismo, la reivindicación del “macho testosterónico” y los “gurús de la seducción” a la idealización del franquismo, pasando por un ultraliberalismo radical que aboga, por ejemplo, por desmantelar la sanidad y la educación púbica. Sin que haya, al otro lado, voces que estén conectando con los adolescentes a la misma escala con discursos contrapuestos.Desde otra materia, Geografía e Historia, María Cañete, profesora en el instituto público Tiempos Modernos de Zaragoza también intenta hacer frente a la ola de radicalización de los chavales. En Aragón, el actual currículo derivado del a Lomloe establece que en 4º de la ESO su asignatura está dedicada a España y, en concreto, en la edad contemporánea, lo que permite todos los cursos llegar hasta la Transición. “Explicamos la dictadura, los campos de concentración, la represión, todo”, afirma. Trabajan el contraste de fuentes, analizan los “preconceptos” con los que los chavales llegan al principio de los temas, destacan personajes femeninos y referentes de diversidad. Igual que López en Miguelturra, Cañete cree que todo ello da frutos. Pero admite la enorme dificultad. “No solo educamos los profesores y las profesoras, sino toda la sociedad. Y, a través de las redes les llegan otros discursos, desarrollados para las nuevas generaciones, que les impactan mucho más. nuestra lucha es muy desigual”.En casaEl profesorado tiene dificultad para contrarrestar la deriva ultraderechista de una parte de los estudiantes, y también la tienen muchas familias, como muestra el caso de Luis Ejarque, miembro del Colectivo de Docentes por la Inclusión y la Mejora Educativa (DIME). Maestro en un colegio público asturiano, Ejarque ha participado en la elaboración de materiales para ayudar a los docentes a trabajar los bulos en clase. “Decidimos hacerlos en DIME porque lo que hay es un tsunami”, explica. El material incluye recursos para aprender a verificar fuentes y guías específicas para contrarrestar “bulos sobre el machismo, sobre el colectivo LGTBIQ+, y sobre antigitanismo”. Al mismo tiempo, sin embargo, Ejarque no ha podido atajar el problema en su casa, donde sus dos hijos, de 14 años, han adoptado un discurso “muy machista y de rechazo a los inmigrantes”; “dicen que las mujeres tienen más derechos y más leyes que los hombres, que por qué no hay un día del hombre… cosas de cuñao, y también, que hay muchos moros, muchos latinos, muchos gitanos…”.La profesora Alicia López, el viernes en el instituto Campo de Calatrava con un grupo de estudiantes.Pablo LorenteEjarque sitúa el “cambio radical” de sus hijos ―que crecieron, explica, en un hogar donde siempre se ha valorado la diversidad y las labores domésticas están plenamente repartidas entre el padre y la madre― en el comienzo del uso del móvil y, en particular, de TikTok, y el trato con sus compañeros tras llegar al instituto. “Romper eso es complicado porque su edad les hace por una parte influenciables, y hace, por otra, que tiendan a no aceptar lo que les decimos nosotros”.Lo que Ejarque y las demás fuentes de este reportaje cuentan con casos concretos es lo mismo que a una escala mayor ha comprobado Oriol Bartomeus, director del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su equipo ha estudiado la penetración de los influencers machistas con un discurso antifeminista, “muy duro y bien articulado”, entre los chicos jóvenes catalanes. “Lo que nos encontramos es que es que el grado que han alcanzado es brutal. Y se podría decir lo mismo sobre el discurso de la extrema derecha. Hay todo un mundo, que hemos tenido debajo de nuestro radar, en el cual circulan de manera muy abierta los argumentos de la extrema derecha: machismo, xenofobia, racismo, etcétera”. “Con nuestro radar”, añade, “me refiero desde la escuela y los medios de comunicación a los padres e incluso a los centros de investigación como el nuestro, que hemos tenido que hacer un esfuerzo para acceder a ese rincón que no teníamos detectado, y hemos visto que la penetración de estas plataformas de adoctrinamiento es mucho más fuerte de lo que pensábamos”.El politólogo y profesor universitario descarta que detrás de dichas plataformas exista una conspiración global. Lo que sí existe, cree, es una “confluencia de intereses”. Por un lado, afirma, el odio es una mercancía que funciona muy bien en las redes, esto es, que genera dinero. Y la extrema derecha se ha convertido, al mismo tiempo, para muchos chicos adolescentes en referente de la rebeldía, una cualidad que resulta grata a esas edades, que además les ofrece refugio en un periodo de grandes crisis, desde la climática hasta la del tradicional orden patriarcal. Por otro lado, prosigue Bartomeu, “es evidente que hay una voluntad de desestabilización de las sociedades europeas y, en general, de las democracias”. Un objetivo en el que confluyen atores que en unos casos pueden estar conectados y en otros no, y que van desde las fuerzas ultraderechistas nacionales, a Rusia, China o el trumpismo.“Esos datos están manipulados”Bartomeus también observa una gran desproporción de fuerzas entre lo que el profesorado tiene margen para hacer en clase y la formación política que muchos chavales están recibiendo sin supervisión de nadie a través de sus redes. Algunos influencers se dedican, de hecho, subraya, a “difundir argumentos para contrarrestar las charlas que se dan en las escuelas, por ejemplo, sobre feminismo, igualdad de género y diversidad”. El arma clásica para desmontar el discurso basado en bulos de la extrema derecha, la verificación de datos o fact-checking que muchos docentes desarrollan se encuentra con frecuencia, además, con un muro difícil de franquear, como ha comprobó Jordi Cano con sus estudiantes. “Los alumnos me decían por ejemplo que la mitad de los delitos los cometían magrebíes. Y yo les decía, bueno, vamos a comprobarlo. Buscábamos los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) y veíamos que no era así, pero entonces decían: ‘No, no, eso está manipulado”. Y lo mismo pasaba si buscábamos el verdadero porcentaje de extranjeros en España, la tasa de crecimiento económico… Era como si tuvieran un discurso ya instaurado en el que el dato es una interpretación. Un punto a partir del cual, como docente poco tienes que hacer”.Pese a la responsabilidad que achaca a las redes sociales en lo que está sucediendo, el profesor considera un error la decisión de las autoridades educativas de prohibir de forma general los móviles en los centros y, en general, la retirada tecnológica que están adoptando muchos centros educativos. “Hacerlo suponer sacar de la ecuación a la única institución que, si se hicieran bien las cosas, podría abordar la cuestión de una forma crítica, dejarlo todo en manos de las familias, que ahora mismo desconocen mucho de lo que está sucediendo, y dar todavía más carta blanca a los generadores de estos contenidos”.

“Están en contra del feminismo y hablan bien de Franco”: los profesores luchan contra la ola de extrema derecha de sus alumnos | Educación
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