Lucy es una banda madrileña de punk integrada por Daniela Maroto (cantante, 22 años), Laura Espejel (guitarrista, 22), María Ruiz (batería, 22) y Claudia Villarrubia (bajista, 22). En 2024 ganaron el concurso de grupos Mad Cool Talent, cuyo premio consiste en tocar en el festival de la capital con el mismo nombre. Durante la actuación, en la edición del año pasado, el cuarteto, ideológicamente muy comprometido con la crisis de vivienda que sacude a su ciudad, mostró una pancarta en la que podía leerse “Tourist, Go Home” (Turista, vete a casa), lo que no fue bien recibido en un festival con mucho público internacional. Espejel cuenta a este periódico: “Gran parte del público mostró su descontento abandonando la carpa e incluso poniendo alguna reclamación. Todo esto causó bastante enfado a la organización del festival, tachándonos de poco humildes por desaprovechar esta gran oportunidad y dejándonos claro que ese no es nuestro sitio, cosa que siempre hemos tenido clara”. Dio la casualidad de que un par de youtubers ingleses se encontraban entre el público de su concierto: con dicha pancarta, se sintieron muy ofendidos y generaron un debate con sus seguidores (en su mayoría, anglosajones) que todavía puede leerse en los comentarios del vídeo que realizaron (minuto 31).Lo que una banda como Lucy puede cobrar en un festival con patrocinios y ayudas públicas no suele ser diferente de lo que cobra cuando un colectivo autogestionado organiza un concierto suyo. En un evento organizado por los segundos, suelen conseguir una mayor afluencia de público afín. “Nuestra relación con colectivos autogestionados es mucho más cercana. Hemos tenido la oportunidad de colaborar con colectivos que hacen mucho por mantener la cultura en distintas ciudades de España. Gracias a ellos se mantiene la escena musical en lugares donde podría haber desaparecido”, explica María Ruiz, la batería de Lucy. Por su actuación en Mad Cool, Lucy cobró 1.200 euros. Cubrieron los sueldos de su equipo y sus altas a la Seguridad Social. En un simulador online como Mustramit, se calcula que el precio de cada alta son unos 120 euros. El caché dentro de un colectivo y/o promotor independiente varía, si bien oscila entre los 400 y los 800 euros para un grupo de características similares, cubriendo transporte, alojamiento y dietas.Uno de los aspectos definitorios de la cultura del macrofestival consiste en condensar la mayor cantidad de oferta musical en el menor tiempo y espacio posibles. A mayor cantidad de conciertos programados en un festival, mayor afluencia de público tendrá y menor el que (por tanto) decida ver la misma propuesta en una sala o en otro recinto que, aunque menos multitudinario, también será más caro. En líneas generales, cuanto más pequeña sea la ciudad en la que el macrofestival se enmarque, menor será la oferta cultural que quede en la localidad durante el resto del año. Esa mentalidad en la que el ocio se concibe desde una perspectiva puramente mercantilista puede generar un tejido cultural más pobre en las provincias de menor densidad poblacional.El cuarteto Biznaga. Cristina PortijasSobre si son factibles a nivel económico otras alternativas no centradas en la lógica capitalista, Jorge Navarro (41 años), bajista de la banda Biznaga, analiza: “Habría que acotar a qué nos referimos con ocio y con trabajo, viendo si es posible impugnar la perspectiva con la que, comúnmente, se entienden estos conceptos. Actualmente es compatible, pero dentro de un marco ideológico/económico concreto”. Por su parte, Frankie Ríos (Ciudad Real, 35 años), vocalista en Camellos, explica: “Un modelo de éxito basado en la autogestión debería ser compatible, aunque no siempre lo es en la práctica. Estos proyectos, al no estar sujetos a presiones comerciales, suelen centrarse en propuestas alternativas, lo que los hace únicos, pero también más vulnerables”.Aunque los colectivos autogestionados son una de las pocas propuestas capaces de llevar determinados proyectos musicales fuera de los grandes núcleos urbanos, Ríos prosigue con que, para un grupo medianamente consolidado, participar en ellos no siempre es posible: “Ahora llevamos más equipo, tanto humano como técnico, y a veces es complicado adaptarlo a estos espacios. Sin embargo, seguimos creyendo que son esenciales para mantener viva la música alternativa”. Jorge Martínez Milky (Madrid, 30 años), batería de Biznaga, afirma que el debate autogestión frente a macrofestival es recurrente en la propia banda: “Un macrofestival implica una mayor facturación, a la par que mayor visibilidad y capital social. En el lado contrario de la ecuación está tocar por razones políticas, ideológicas, artísticas o puramente anímicas. Eso es por lo que empezamos y seguiremos en esto”. Ambas formaciones creen casi obligatoria la existencia de asociaciones horizontales y colectivos autogestionados por toda la Península, si bien no siempre pueden adaptarse a las condiciones logísticas (naturalmente más precarias) de esos espacios.En Donosti, Juan Soloeta ideaba, a comienzos de la década pasada, el Club 44: una asociación de amantes del jazz que se juntaban en el bar Atxerri para programar a sus músicos favoritos. El sistema era simple: los socios pagaban una cuota de 15 euros al mes y se organizaba un concierto con la misma frecuencia. El 31 de diciembre de 2023 cerraba el Altxerri, aunque la asociación continúa programando en la sala Andén de la misma ciudad. En Murcia, Manuel Romero (Murcia, 27 años) pensó que sería buena idea replicar el mismo sistema para avivar la programación cultural de su ciudad. En otoño de 2023 surge La Navaja Producciones, una promotora de conciertos asamblearia y horizontal con el planteamiento del Club 44, pero orientado al rock alternativo nacional.Por La Yesería (sala de la ciudad en la que organizan gran parte de los conciertos) ya han pasado bandas como Menta, Pinipilinpussies o La Trinidad: “La Navaja surge porque sentíamos que Murcia necesitaba alguien que montara conciertos de manera alternativa al ABC de la industria y las grandes promotoras”. Para Romero, La Navaja aporta a la ciudad una programación cultural diferente, “con sonidos y bandas que de otra manera no vendrían a la ciudad, generando que el público empiece a entender que el ecosistema en Murcia está bastante vivo en cuanto a espacios de música en directo”. Los grupos que forman parte de la programación se eligen de forma horizontal, pues “pagar la cuota da acceso a formar parte de la asamblea. Cualquier socio puede incluir en un documento bandas que le gustaría que fueran tenidas en cuenta para votar entre todos”.Camellos actuando en el festival Zaragoza Feliz. Jaime OrizEl último concierto que tuvo lugar en La Navaja fue el de El Diablo de Shanghái, cuarteto catalán de garaje pop que actualmente desarrolla su actividad en Candorro, sello discográfico que nace de la iniciativa de Fer Naval (Huesca, 36), el otro vocalista de Camellos. Dice Ríos que “montar un sello pequeño es mucho trabajo, casi filantrópico, sin apenas beneficios, pero siempre es necesario”. Por su parte, uno de los últimos espacios autogestionados en los que Camellos actuó fue Zaragozafelizfeliz, cuya undécima edición tuvo lugar el pasado 20 de diciembre en Las Armas y contó, además, con la participación de La Plata, El Último Vecino o Aiko el Grupo. Detrás del nombre del festival se encuentra Jaime Villanueva (Zaragoza, 40), médico de familia rural que nunca ha pensado cambiar el oficio de la medicina por profesionalizarse como programador.Zaragozafelizfeliz nace como blog en 2013, y un año más tarde organizaron un concierto con motivo del primer aniversario de la web. “Desde la posición del aficionado nos dimos cuenta de que había muchos grupos que nos flipaban y nadie traía, así que empezamos a mover algún hilo para montarles conciertos sin más propósito que el de que pudieran tocar aquí”, dice Villanueva. De este modo, va tomando forma un festival con el fin principal de poder ver a los grupos que le gustan al propio Villanueva, percibiendo el proyecto como “simplemente afición” a la que dedica una parte de su tiempo libre. “Aunque ahora está todo muy profesionalizado y turbocapitalizado y quizá por eso nuestra propuesta suene romántica”, reconoce.Otra imagen del grupo Lucy antes de salir al escenario de Mad Cool, en 2024. Más allá de la satisfacción de programar y charlar con sus grupos favoritos, “organizar un festival es ruina segura. Todo está enfocado a poder pagar lo que podamos a los que se dedican a esto, pero haciendo funambulismos para no tener muchas pérdidas y seguir intentándolo el año siguiente”. Con el cierre de Las Armas después de la última edición de Zaragozafelizfeliz o el modelo de ocio basado en la cultura macro cada vez más vigente, Villanueva nota que la supervivencia de un proyecto como el suyo es cada vez más difícil y, por tanto, más necesaria: “Los macrofestivales arrasan con casi todo lo pequeño, no solo por el presupuesto y ayudas mastodónticas que tienen, sino porque intentan fagocitar a todo el público posible. En ZFF siempre tuvimos un discurso contracultural y crítico, y eso no gusta. Ahora prácticamente estamos vetados de casi todos los medios locales”.

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