Un tipo bajito y enjuto, tocado con una gorra de béisbol y unas gafas gruesas de pasta marrón, apoya cuidadosamente su bicicleta contra una farola junto al café Hibou, en el Odeón parisino. En un gesto suave, mete la mano dentro de una bolsa de plástico y saca un pequeño fajo de periódicos que se coloca bajo del brazo. Como si estuviese a punto de levantarse el telón, el tipo coge aire y lanza: “¡Ya está aquí! Bayrou ha solucionado los problemas de Francia. Estamos salvados. ¡Compren Le Monde!”. Comienza la función.Ali Akbar, pakistaní de 72 años, es el último vendedor ambulante de periódicos de París, aunque el nombre en francés sea mucho más poético: crieur (gritador). Desde hace más de medio siglo recorre unos 15 kilómetros diarios entre las callejuelas del Barrio Latino de París ofreciendo periódicos en plazas, restaurantes y locales nocturnos. Ali llega de Antony, en la banlieue sur de París, a mediodía. Empieza a la una, cuando llega a los quioscos Le Monde [su edición es vespertina]y no se marcha a su casa hasta que vuela el último ejemplar. Ya sean las ocho, las nueve o las diez de la noche. Desde el café Fleur a Les Éditeurs, pasando por la brasserie Lipp hasta la facultad de Sciences Po donde, durante años, cuando llegaba a despachar más de 250 periódicos diarios, encontró a sus principales clientes entre los estudiantes de políticas impacientes por saber lo que ocurría en el mundo.Akbar empezó hace medio siglo despachando el periódico satírico Charlie Hebdo y Libération. Más tarde, cuando comenzaron a pedírselo los estudiantes, se pasó a Le Monde en una ciudad donde unos 40 crieurs se repartían las esquinas de los principales barrios intentando no pisar el territorio del otro. Una profesión que pudo alcanzar su momento de esplendor en el París de los años 60, cuando Jean Seberg serpenteaba entre los coches de los Campos Elíseos en Al final de la Escapada, de Jean Luc Godard, con varios periódicos bajo el brazo gritando “¡New York Herald Tribune!” mientras la perseguía Jean-Paul Belmondo, frustrado porque no encontraba el horóscopo en ese periódico.Ali Akbar charla con unos clientes habituales en una terraza del barrio Latino de París.Louisa BenOtros tiempos. Especialmente en el Barrio Latino, entonces territorio apache de intelectuales salidos de la École Normale Supérieure, poetas, actores y noches en blanco. La vida de Akbar es también una especie de termómetro de la salud cultural de la ciudad, y de la montaña rusa de la industria del periodismo. “Este lugar ha cambiado mucho. Antes era como un pueblo, un barrio con alma. Ahora solo hay dinero, turistas. Las librerías son ahora tiendas de ropa o de lujo. Y mis clientes, o quienes deberían serlo, no leen. O leen solo en su móvil, en digital”, apunta.Akbar se marchó de su Pakistán natal en barco, sin un centavo, y cruzó medio mundo antes de llegar a París. Aprendió francés por su cuenta, durmió mucho tiempo en la calle, e intentó mil veces encontrar trabajo. “Gracias a un argentino, pude empezar a vender periódicos en la calle”, recuerda. Pero hubo de todo. Y todavía regresan los recuerdos de los peores momentos, de la discriminación. Por eso, confiesa, sigue en el mismo barrio después de medio siglo. “Soy muy sensible, y al principio lo pasé mal. La calle es dura, y mucha gente me trataba como un mendigo. Ahora aquí me conocen todos, me quieren. Y si me fuera a otro barrio tendría que volver a empezar”, apunta. Ali Akbar ofrece sus periódicos por una de las calles del barrio Latino parisino. Louisa BenAli es una institución en el barrio. Todo el mundo le conoce. Muchos le dejan un billete extra con el periódico o le invitan a almorzar mientras charlan un rato con él. A las 17.00 del miércoles, después de tomar un café en Le Hibou, se sube de nuevo a la bicicleta y sigue su recorrido, primero por el boulevard Saint Germain, luego gira hasta la plaza de Saint Suplice, donde entra en el café de la Mairie. Muchos pasaron por aquí. Políticos, como Emmanuel Macron (“cuando era estudiante en Sciences-Po, me invitaba a un café”), Hubert Védrine, Edouard Philippe, o Jean-Louis Debré. Intelectuales como Jean-Paul Sartre, o artistas como Catherine Deneuve y Vincent Lindon. Todos le compraron periódicos.Los viejos templos de la intelectualidad, sin embargo, apenas reciben ya a escritores o artistas. Si uno se entretiene observando, quizá pueda ver pasar por delante del Danton a Antoine Gallimard, a Régis Debray sentado en Les Éditeurs o a alguno de los jovencísimos talentos de la revista Grand Continent despachando unas pintas en el café de la Mairie con sus irrenunciables trajes y corbatas. Poco más. “El Deux Magots se acabó, y desde hace poco, también el Café de Flore y la rue de Buci. Demasiados extranjeros. “¡Ya está aquí! Bayrou ha arreglado Francia”, grita. Una de las marcas de la casa de este último mohicano del oficio son las bromas, algunas provocadoras, otras más blancas, para atraer la atención de sus potenciales clientes. “¡Ya está! Putin ha terminado la guerra y ha pedido perdón”, gritaba hace unos días entre las mesas de los cafés. Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo en ‘Al final de la escapada’, de Jean Luc Godard.Hoy su periódico principal es Le Monde, aunque vende algunos otros por encargo. Gana alrededor de 50 euros en un día promedio; rara vez se toma un día libre, siete sobre siete. Le mantiene a salvo que leer el periódico sigue siendo una costumbre relativamente arraigada en Francia. Algunos amigos compran dos o tres ejemplares y le dan 10 euros, o lo invitan a almorzar. Akbar es una estrella entre los estudiantes y los habituales del barrio, que llegaron a hacer una colecta para que pudiera comprarse un food truck para vender comida en los jardines de Luxemburgo. La experiencia acabó mal. Le timaron, cuenta mientras camina empujando su bicicleta por el margen de la rue du Seine. Pero Akbar es ya un monumento de este barrio. Y el presidente Emmanuel Macron le otorgó recientemente la Legión de Honor, la más alta distinción de la República, que le será conferida en una ceremonia en el Palacio del Elíseo en otoño.“¡Quizás me ayude a conseguir mi pasaporte!”, bromea Akbar antes de perderse entre un tumulto de turistas. Ali Akbar descansa tras la primera parte de su jornada vendiendo periódicos.Louisa Ben

¡Extra, extra! ¡El último vendedor ambulante de periódicos de París todavía resiste! | Cultura
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