Primera de feria y primera puerta grande de saldo. Empezamos bien. Cómo se nota que ya están aquí los isidros, con sus trajes y vestidos de gala, sus claveles en la solapa, ávidos de orejas, perfectamente equipados, con el gintonic en una mano, el pañuelo blanco en la otra. Los tendidos a rebosar, el triunfalismo desbocado y la exigencia, por los suelos.Más informaciónComenzó San Isidro y el primer agraciado ha sido Alejandro Talavante, que se marchó a hombros entre el entusiasmo general después de cortar dos orejas de muy escaso peso a un extraordinario toro de Victoriano del Río que se fue sin ese par de apéndices, pero, también, sin cuajar.Había pasado el extremeño con más pena que gloria ante el segundo, tan noble, como blando y soso, en una faena perfilera y sin gracia; después, se encontró con Misterio, que salió suelto en el caballo y manseó en banderillas, pero que embistió de forma excepcional e incansable en el último tercio. ¡Qué fijeza!, ¡qué nobleza!, ¡qué clase y profundidad en la embestida! Un toro para bordar el toreo, cosa que no hizo Talavante.Comenzó bien, gustándose por bajo, muy templado, para continuar en dos tandas de muletazos que brotaron con naturalidad. Pero, he aquí el misterio, cuando era el momento de la verdad, Talavante se tiró a la piscina de lo liviano para enlazar series muy ligadas, pero desprovistas de hondura y verdad. El cite, de perfil; la pierna, retrasada; los muletazos, sin rematar atrás. El bendito animal, una máquina de embestir, no le echó ni una mala mirada. ¿Qué más quería, entonces, Talavante para ponerse de verdad y hacer el toreo como Dios manda? Quién sabe.El caso es que aquello le gustó a la gente y tras una estocada ligeramente trasera y desprendida le pidieron el doble trofeo. Hasta aquí, todo normal. Ya se sabe con los isidros… Lo más grave vino después. El presidente, aquel que debería salvaguardar la categoría de la plaza, lo concedió. ¡Y qué viva la fiesta!Sin el calor de las multitudes que acompañaron a Talavante camino de la calle de Alcalá, se marchó, en cambio, el único que de verdad se la jugó. Clemente, joven diestro francés, confirmó la alternativa con enorme dignidad y, de no ser por el mitin que pegó con la espada, habría cortado una oreja de ley al primero. Hay que ver con qué firmeza se plantó frente a un duro, violento y exigente ejemplar de Victoriano, que nunca regaló nada, que midió de forma milimétrica y que, en ocasiones, rebañó buscando el bulto. Quietas siempre las zapatillas, Clemente dio el pecho, aguantó los arreones y paradas, y dejó muletazos, en redondo y al natural, de enorme mérito. En una de esas, el toro lo cazó, prendiéndole de forma dramática por la chaquetilla en unos angustiosos segundos que se hicieron eternos. Milagrosamente, salió ileso.Ante el manso sexto, que acudía pronto y con transmisión al cite para luego deslucirlo todo con su falta de clase y sosería, se volvió a mostrar dispuesto, pero no hubo entendimiento.Tampoco se entendió con su lote Juan Ortega, que dejó, eso sí, una primorosa media verónica en un quite por chicuelinas ante el tercero, noble y de buen fondo, pero muy venido a menos. No hay duda de que al sevillano le acompaña siempre el buen gusto, pero con eso no es suficiente. Cuando la ocasión lo requiere, también hay que dar el paso. Ortega no lo dio y se limitó a acompañar las embestidas, casi siempre al hilo del pitón.Menor confianza aún demostró con el geniudo quinto, que se movió a la defensiva y con la cara por las nubes. Por no hablar del lamentable espectáculo que protagonizó con la espada: siete pinchazos y dos descabellos necesitó para finiquitar a su oponente. ¿Y la torería?Victoriano del Río / Talavante, Ortega, ClementeToros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (5º y 6º), bien, aunque desigualmente presentados, muy serios por delante y de gran cuajo la mayoría, desiguales en los caballos y variados en la muleta. Destacó el 4º, manso en varas, pero de extraordinaria nobleza, fijeza, movilidad y duración en el último tercio. Más violentos y deslucidos 1º, 5º y 6º.
Alejandro Talavante: estocada delantera y desprendida (silencio); estocada ligeramente trasera y desprendida (dos orejas).
Juan Ortega: pinchazo y estocada desprendida -aviso- (silencio); siete pinchazos, un descabello -aviso- y otro descabello (leves pitos).
Clemente, que confirmaba la alternativa: bajonazo casi envainado -aviso- y bajonazo (saludos); pinchazo hondo algo trasero, dos descabellos -aviso- y otros cuatro descabellos (silencio).
Plaza de toros de Las Ventas. 9 de mayo. 1ª de la Feria de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”.

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