Empezó a escribir con 10 años, cuando su padre murió y “el mundo desapareció”. Aún vivía en Argelia. “Tenía que reemplazar ese mundo y a mi padre con papel y palabras”. La obra de Helène Cixous (Orán, 87 años) es una historia de supervivencia a través de la literatura. “Leía para escribir, aunque ambas cosas son como esas dos gemelas, son lo mismo. Cuando no escribo, leo, y escribir es una forma de lectura”. Más informaciónLo dice mientras mira a sus dos gatas, Isha y Haya, que revolotean por su casa, en París. La acompañan cuando escribe y habla con ellas mientras reflexiona sobre la literatura, la vida y la muerte, el exilio, la guerra o el feminismo. “Escribo para la vida, porque está amenazada de muerte”, dice la autora francoargelina, que ha sido reconocida con el Premio Formentor de las Letras por su prolífica obra literaria, de la que el jurado destacó “la personalidad de su estilo y su soberanía creativa”. La ceremonia de entrega del galardón se celebrará el 1 de octubre en el Teatro Real de Madrid.Nació en la Argelia colonizada, en “un periodo de extrema violencia”, así que en su obra “hay un gesto permanente que es el de intentar salvar”. “Yo crecí rodeada de muerte, así que cuando era pequeña buscaba cómo hacer para sobrevivir, y la única manera de hacerlo en el mundo en el que vivía era en los libros (…) El actual es de una violencia distinta, cada época reinventa la suya”.Otro momento de la entrevista con Cixous.Léa MichaëlisHija de un médico de origen judío sefardí y madre alemana, Cixous era feminista ya de niña: “Siempre estuve rodeada de mujeres, todos los padres estaban muertos y mi madre era matrona, así que lo primero que descubrí fue el cuerpo de las mujeres, las veía dar a luz y tener falsos partos, descubrí cosas terribles y yo pertenecía a ese mundo en el que ellas tenían hijos o los perdían. He conocido bien el cuerpo de las mujeres y sus vidas”. Fue una de las violencias que conoció en Argelia, porque “había otras, como el racismo, el antisemitismo, el racismo antiárabe, la misoginia…“. Cuando se trasladó a Francia en 1955 descubrió un mundo distinto, “no ese primitivo y colonialista”, y fue cuando se dio cuenta de que “lo urgente eran las mujeres”: “En Francia las mujeres no conocían a las otras mujeres, ni sus propios cuerpos, así que, de manera natural, me dije que lo urgente quizá no era la colonización militar, sino la colonización de las mujeres. Esa era la primera de las luchas”. Cixous ha publicado más de un centenar de obras, ensayos, novelas y obras de teatro, donde ha tocado todos los géneros y ha abordado el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, ha escrito hasta sobre los animales. Son disciplinas “que nos aproximan a lo que nos parece incomprensible porque, en el fondo, creo que nos resulta difícil comprender hasta qué punto el mal está en el mundo y los humanos son capaces de hacer el mal y de hacerse mal. Podemos creer que es pacífico, pero es una especie violenta y destructora”. En 1975 publicó La risa de la Medusa, considerado uno de los referentes del feminismo moderno y donde invita a las mujeres a escribir como modo de reafirmarse. “Es una forma de liberación, una experiencia que todo el mundo puede hacer. Hoy decimos que la mujer ha liberado la palabra, pero hablar no es escribir. Es ya indispensable, porque en algunos casos las mujeres están mudas, pero no es suficiente, hay que escribir, porque esto conlleva una exploración, es creación. La palabra no crea, sirve para hablar o gritar, pero hay que ir más lejos”.Cixous, en su casa de París.Léa MichaëlisCixous se especializó en literatura inglesa y con 22 años intentó hacer una tesis sobre el escritor más fabuloso para ella, que era Shakespeare, pero la disuadieron porque “se había escrito ya mucho”. La segunda opción fue James Joyce, pero le dijeron que “no era para las mujeres”. Estuvo un año entero hasta encontrar a alguien en la academia que aceptase su tesis: “Pensaba que había gente inteligente, pero la universidad era conservadora y reaccionaria, escribí a medio centenar de personas hasta que me respondió uno”.A Joyce dedicó “un trabajo inmenso”, pero no es su “amigo íntimo”: “Son otros menos modernos, [Michel de] Montaigne, que es antirracista, antimisógino y es alguien que ha precedido todo, y luego está Kafka, que tiene una relación con el mundo que nosotros conocemos hoy, es de nuestro siglo. Así que no es a Joyce al que llamo si tengo una pregunta, no tiene nada que decirme. Si quiero discutir de algo doloroso o trágico pregunto a Montaigne o a Kafka. ¿Qué piensas tú, Haya?”, se dirige a la gata. Fundadora del Centre d’Études Féminines et de Genre, no habla de patriarcado, “una denominación de Europa y de hoy”, sino de falocracia: “Hoy no se usa el término porque parece demasiado elaborado o elitista, pero tiene que ver con la fuerza del falo, que no es otra cosa sino esa alucinación que hace que los hombres crean que hay una parte de la humanidad que es más fuerte y tiene la autoridad y el poder”.Ella, que se sintió apátrida en una Argelia que no la aceptaba como igual, por ser de origen judío y porque era “sospechosa de ser colonialista”, tampoco se siente francesa y denuncia que el país “nunca ha sabido hacer autocrítica, es colonialista y tiránico”. “La identidad es una prisión, intenta reducirnos, es como el pasaporte, o como si yo tengo que decir que soy una mujer. Yo no soy una mujer, yo soy muchas mujeres y muchos hombres, y algunos bebés y algunos viejos, así que la identidad es una manera de encerrarnos, de empobrecimiento. Un ser humano es una maravilla porque es innombrable. La identidad es una obligación policial, en general para mantener las barreras”.Los animales han estado muy presentes en su vida y en sus textos, y se enfada mucho cuando va al parque y ve a la gente pasear a los perros porque “hay una especie de relación de esclavos y de dueños”. “En mi infancia vivía en un país donde los animales estaban en la calle, y siempre maltratados. He llorado más por los animales que por los humanos, porque los primeros no podían quejarse”. Con sus gatas cerca, acaba de escribir su último libro, que va sobre “eso que nunca nos llega”, pero que ha estado tan presente en su vida. “Le dejo adivinar. Nunca estamos cuando llega, aunque la veamos llegar”.

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