Martín Caparrós recibe la ovación de sus amigos al inicio de su homenaje en el Ateneo de Madrid, este sábado.JUAN BARBOSANo es extraño en Madrid que las terrazas esperen, con música de fondo, a que rompa la tarde y los invitados lleguen a tomar la primera cerveza. Pero las mesas que este sábado descansaban a la luz del salón de actos del Ateneo madrileño, con Sabina, Serrat y Brassens de fondo, no esperaban a ningún cliente cualquiera. Era una terraza hecha a la medida para Martín Caparrós, escritor, periodista, colaborador de este diario y recientemente galardonado con el Premio Internacional de Periodismo Cátedra Manu Leguineche. Y en ella se reunió con un grupo de amigos —29— para leer, al abrigo de las amenazantes nubes, fragmentos de su último libro, en un homenaje que han llamado Mopi. Un rato con Martín Caparrós y sus amigos.Más informaciónEn las sillas de mimbre dispuestas en forma de islas a lo largo y ancho del escenario se sentaron: Mar Abad, Darío Adanti, Miguel Aguilar, Carlos Alberdi, Juan Diego Botto, Jorge Carrión, Carlos Cué, Montserrat Domínguez, María Jesús Espinosa, Rodrigo Fresán, Soledad Gallego-Díaz, Enric González, Fernando González ‘Gonzo’, Alex Grijelmo —ya vamos por la mitad—, Manuel Jabois, Antonio Lucas, Marta Nebot, Pere Ortín, Marta Peirano, Javier del Pino, Manolo Solo, Alejo Stivel, Juan Villoro, Fernando Rapa, Miguel Rellán, Olga Rodríguez, Ana Romero, Maruja Torres y, a la distancia, Manuel Vicent.La idea de juntarlos —y de dirigir el homenaje— fue del periodista Edu Galán, fruto de la “admiración y cariño” que le tiene al argentino. “Surgió como todas las buenas ideas, en un bar. Realmente esto es una excusa para una farra posterior, para tomar algo luego. Ese es el único objetivo”, explicaba Galán minutos antes, sumido en los ajetreados preparativos. Y no es difícil creerle. Al tiempo que el también escritor afinaba detalles con su equipo minutos antes de comenzar, los participantes amigos, novelistas, periodistas, actores, músicos, se reunían y reconocían en una sala contigua del centro cultural. Alguno tocaba el piano y el resto charlaba de cine, de teatro, de la vida. De eso de lo que seguramente hablan en los bares que frecuentan.Homenaje a Martín Caparrós, en el Ateneo de Madrid, este sábado.JUAN BARBOSAAl mediodía, la hora pactada, el heterogéneo grupo salió al escenario al ritmo de los Rolling Stones para apoderarse de las sillas que aguardaban y abriendo paso al argentino que recibió una fuerte ovación de sus amigos y del público nada más entrar. “Se han reunido equivocadamente alrededor de mí y en este lugar que tiene un peso enorme para mí”, dijo Caparrós para empezar. Y las cañas no tardaron en llegar a las mesas mientras los amigos, uno a uno, leían fragmentos de Antes que nada (Random House, 2024), ese libro de 664 páginas que salió de la “estúpida urgencia, una obviedad”, del escritor por escribir sus memorias después de ser diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA).Por las voces de todos pasó la vida de Caparrós. Desde su nacimiento, cuando el mundo era, “como siempre, un lugar tan extraño. De pobres como ratas y optimismos extremos”, hasta el inicio de su vejez — “ser viejo es detestar esa vida de viejo y desear que dure”—, pasando por su juventud: “Peleaba contra un enemigo que temía y percibía poderoso”. Una vida sin desperdicio del que ha sido uno de los grandes cronistas de América y prócer del periodismo narrativo. Sus manos han escrito de los niños prostituidos en Sri Lanka, el hambre en Níger, la comunidad trans en Juchitán (México), el horror de la dictadura en su país y de tantas otras historias durante 50 años de profesión.Eventos que ineludiblemente pueblan una memoria que el escritor rasca en su libro. En el Ateneo se habló de militancias, exilios, Perón, un encuentro sexual con el escritor Juan José Saer, la soledad que Caparrós compartió durante un par de minutos con Jorge Rafael Videla, el sanguinario dictador argentino, mientras él trotaba y el periodista preguntaba: “¿Pero no le preocupa estar así en un lugar público, no tiene miedo?”, o el encuentro con la viuda y el hijo de Miguel Hernández, protagonista de Nanas de la Cebolla, que entonces era un “macarra de treinta y tantos años y pantalón ajustado de terciopelo verde, camisa abierta sobre el pecho, cadena plateada de eslabones gruesos, botas con puntas de metal, mucha gomina”.Martín Caparrós recibe su segunda ovación de la tarde al final de su homenaje en el Ateneo de Madrid, este sábado.JUAN BARBOSAHubo momentos alegres y de risas —los que más—, pero también algunos de respiraciones profundas y silencios largos. Se habló de la muerte de su abuelo o del intento de suicidio de su padre, justo al tiempo que el escritor planteba dejar su casa, y por el que Caparrós sintió una suerte de responsabilidad. “Aquel verano mi padre Antonio se mató […] se tomó una cantidad de pastillas y dejó un papel manuscrito al lado de la cama […] Estaba vivo. Llamamos a la ambulancia, se lo llevaron, le lavaron el estómago, lo revivieron. Su suicidio no había funcionado y se podía pensar que, psiquiatra experto, había decidido que así fuera […] Pero también se podía pensar que no, que de verdad lo había intentado, que lo hacía porque yo me iba: la coincidencia en el tiempo era excesiva”, leyó Carlos Alberdi.De eso fue la tarde. De las historias que brotan cuando se recorre la vida de un trotamundos entrometido —o curioso nada más—. Algunas compartidas con los amigos invitados, como una anégdota de Caparrós con Manuel Vicent, leída por el propio Vicent. Y así como empezó, terminó: con otra nutrida ovación, las lágrimas de alguno, y las palabras del hispano-argentino. “No suele ser el temor lo que define mis frases, pero hoy la emoción me hace temer y temblar entero. Muchas gracias, compañeros, muchas gracias, mis queridos. Me han dado felicidá de esa que, cuando se da, nunca cae en el olvido”. Aplausos, besos, abrazos, La banda de Ana Belén de fondo y a por una caña a otro lado.

Las memorias de Martín Caparrós, en voz del escritor y de sus amigos | Cultura
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