Todavía hay quien afirma que Black Sabbath y el heavy metal son la misma cosa. La banda, ya saben, procede de Birmingham, la gran ciudad industrial de la Gran Bretaña imperial, retratada por Charles Dickens como una pesadilla urbana. Pero eso ocurría en el siglo XIX y ellos se formaron hacia 1969, cuando Birmingham ya había iniciado su decadencia como centro manufacturero, un declive que fue rematado por Margaret Thatcher.Más informaciónEl mundo productivo de Birmingham tiene mucho que ver con la génesis de Black Sabbath. Forma parte de su leyenda aquel accidente laboral de 1965, cuando Tommy Iommi perdió la punta de dos dedos de su mano derecha en una fundición de Birmingham; sus compañeros llevaron al hospital los apéndices cortados pero nada se pudo hacer. Le fue más útil el encargado de la fábrica, que le regaló un LP de Django Reinhardt, otro guitarrista mutilado. Voluntarioso, Iommi experimentó con prótesis caseras, variedades de cordaje y afinaciones atípicas hasta que surgió el sonido de brontosaurio de Black Sabbath.El nombre, ya saben, fue pura chiripa. Todavía se llamaban Earth, denominación también reclamada por otra banda, cuando vieron que en un cine local se exhibía una película de terror, Black Sabbath (en realidad, una añeja cinta italiana titulada originalmente I tre volti della paura, de Mario Bava, con Boris Karloff). En ese momento tuvieron una intuición genial: si la gente pagaba por sentir miedo en el cine, ¿no ocurriría lo mismo en la música pop? Aprovecharon que sus padres, varios de ellos católicos, desconocían las connotaciones del término.Una persona observa la exposición dedicada a Ozzy Osbourne en el Museo de Birmingham, tras el fallecimiento del músico, en Birmingham, Reino Unido, el 23 de julio de 2025.Isabel Infantes (REUTERS)Puede que carecieran de educación pero Ozzy y sus colegas eran listos como el hambre. Cultivaron las canciones sombrías, cogiendo ideas de allí y de acá, hablando de drogas y guerras, magos y depresiones. El mismo Iommi confiesa que, cuando empezaron a ensayar Paranoid, la mitad de la banda desconocía qué significaba la palabra “paranoia”. Fueron afortunados en el hecho de que grabaran para el sello progresivo Vertigo, cuyos astutos diseñadores gráficos les confeccionaron portadas entre el ocultismo y el erotismo.La realidad es que carecían de pretensiones. Las primeras fotos les muestran como unos muchachotes de provincia, que no compraban su ropa en boutiques ni sabían lo que un buen peluquero hip podía hacer con sus frondosas melenas. Ahora ¿eso les hacía héroes de la clase trabajadora, al modo lennoniano? Puede que tal vez estemos ante una simplificación. Pienso en el pasmo del departamento de ventas de la discográfica Hispavox cuando comprobaron que uno de los baluartes de AC/DC eran las tiendas del acomodado barrio madrileño de Salamanca. Hay alguna distancia entre el hard rock de los australianos y el metal de los de Birmingham pero siempre me ha intrigado que nuestros doctorandos ignoren estas discordancias sociológicas y prefieran castigarnos con la enésima tesis sobre la movida.Ozzy y Sharon Osbourne sonríen mientras posan frente a algunos de sus objetos que serán subastados en Beverly Hills, California, el 26 de noviembre de 2007.Mario Anzuoni (REUTERS)Para Black Sabbath, el éxito en Estados Unidos fue intoxicante. Al menos, eso resultó para Ozzy, que se empapuzó con todos los placeres disponibles, como el proverbial niño en la tienda de golosinas. Se discute todavía si íntimamente perdió el interés o si fue expulsado por sus compinches. Más probable lo segundo: ellos demostraron un agudo sentido empresarial, al reemplazarle por toda una cadena de vocalistas contratados. Por allí pasaron Ronnie Dio, Ian Gillan, Glenn Hughes, Tony Martin y otros asalariados demasiado fugaces. La lealtad de su público disculpó jugadas tan mercenarias.Aún más asombrosa fue la resurrección comercial de Ozzy. Remoloneaba, alegando que su ideal era seguir la trayectoria estética de los Beatles, pero su esposa Sharon le quitó la tontería. Hija de uno de los mánagers más siniestros del negocio londinense, Don Arden, ella supo capitalizar los incidentes tragicómicos en la biografía de su marido y embarcarle en pelotazos como el festival itinerante Ozzfest y la serie televisiva The Osbournes. Y es que, después del cachondeo universal generado por la película This is Spinal Tap, sobre los excesos de una banda metálica, los disparates de Ozzy resultaban humanos, demasiado humanos.

Ozzy y los meandros del ‘heavy metal’ | Cultura
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