Lewis Mumford, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX, cuenta cómo durante la Revolución Industrial, se produjo un cambio de mentalidad de consecuencias nefastas. El trabajo, el tiempo o la naturaleza dejaron de valorarse por lo que ofrecían a nuestras vidas y fueron reducidos a fuerza de trabajo, horas de producción y recursos disponibles. Al medir el tiempo, los beneficios comerciales o la capacidad bélica, los números adquirieron una novedosa relevancia y con el tiempo esa abstracción relegó todo lo demás. Aunque el mundo no es tan despiadado como el del siglo XIX, aquella mentalidad aún lastra a la humanidad. Hoy, un grupo de científicos liderados por Tyler VanderWeele, de la Universidad de Harvard, y Byron Johnson, de la Universidad Baylor, presenta en varias revistas del grupo de Nature los resultados de los primeros pasos de un proyecto que pretende redimir la medición y ponerla al servicio de la felicidad humana. El trabajo incluye datos de encuestas a 200.000 personas en 22 países de los seis continentes, que se recopilan anualmente durante cinco años, entre 2022 y 2027, y se engloba dentro del Estudio Global sobre el Florecimiento. Este proyecto tiene el objetivo de estudiar la distribución del “florecimiento humano”, como bautizan su métrica de la vida buena, que incluye preguntas sobre seis dominios (felicidad, salud física y mental, sentido y propósito, carácter y virtud, relaciones sociales cercanas y seguridad financiera y estabilidad material), incluye más de 40 indicadores y agrupa a los sujetos de estudio por características como la edad, el sexo, el estado civil, la afiliación religiosa o la condición migratoria. Más informaciónComo objetivo de su trabajo, los responsables del estudio plantean que “para diseñar políticas acertadas que ayuden a las personas a florecer, los gobiernos deberían establecer sistemas para recopilar datos sólidos sobre el bienestar de sus ciudadanos”. Y plantean ir más allá de las estadísticas nacionales que se ocupan del empleo, la esperanza de vida o el PIB. “Estas medidas objetivas capturan aspectos claves del bienestar de las naciones, pero son malos predictores del bienestar de los individuos”, expresa un editorial de la revista Nature Human Behavior sobre el proyecto.Con estas medidas de la vida plena, los resultados muestran algunas tendencias comunes a casi todos los países incluidos en las encuestas. En general, el paso del tiempo parece beneficioso. En las puntuaciones, de uno a diez, la media para el grupo de entre 18 y 49 años es de 7,03 frente al 7,36 de las personas de 80 años o más. Sin embargo, el patrón no es homogéneo. En España, por ejemplo, la puntuación es más alta entre los jóvenes y los mayores y menor en las edades intermedias. Aunque reconocen que la interpretación de los datos escapa al objetivo del proyecto, los autores plantean que es necesario prestar más atención al bienestar de los jóvenes y analizar el efecto de factores como el uso de las redes sociales, los efectos de la pandemia del covid, la preocupación por el deterioro ambiental o la polarización política o la menor participación en organizaciones religiosas.Otra tendencia que aparece en otros estudios que miden la felicidad y se observa en estos estudios es el efecto beneficioso de estilos de vida que se suelen considerar tradicionales. Las personas casadas obtienen un 7,34 frente al 6,92 de las solteras, que se mantienen por encima del 6,77 de las separadas y el 6,85 de las divorciadas. También puntúan mejor su vida quienes asisten a servicios religiosos, con un 7,67 para los que lo hacen una vez por semana frente al 6,86 de los que no van nunca. VanderWeele puntualiza que sus resultados “son solo medias entre todos los individuos, así que no necesariamente aplican a cada persona, pero los patrones generales sugieren que las comunidades religiosas y el matrimonio son caminos poderosos hacia el bienestar”. Muchos de los factores analizados confirman lo que cabría esperar y coinciden con los objetivos que suelen promocionar las políticas públicas. Las personas empleadas se acercan más a la vida plena que las desempleadas, la educación aumenta un poco el bienestar, excepto en Hong Kong y Australia, donde los resultados fueron inversos, y los inmigrantes suelen estar ligeramente menos satisfechos que los autóctonos (7,16 frente a 7,02), aunque esa tendencia se invierte en países como España.Aunque hay tendencias comunes, la magnitud de las diferencias varía considerablemente entre países. Por ejemplo, en Israel, la diferencia de florecimiento entre personas casadas y divorciadas o separadas varía 0,92 puntos mientras en Argentina es ínfima, con un 0,1, y la diferencia entre quienes asisten a servicios religiosos semanalmente y quienes nunca asisten varía del 2,33 en Hong Kong al 0,15 en India. Esto indica que el peso de una diferencia numérica específica puede depender del contexto cultural y nacional.En diferencias por países, las encuestas también han detectado que en los más ricos, las personas suelen puntuar alto su bienestar material, aunque a veces tienen peores puntuaciones en otros aspectos como las relaciones personales y el propósito vital. Los autores clasifican los países por sus fortalezas relativas y sus debilidades. En España, por ejemplo, aparecen entre los puntos fuertes los amigos íntimos, el equilibrio en la vida o la menor discriminación, y como debilidades la representación política o las preocupaciones financieras.Aunque hay aspectos del florecimiento que concitan consenso, como tener mejores condiciones materiales o buena salud en la infancia, hay otros que no. No todo el mundo estará dispuesto a asistir a servicios religiosos, por mucho que un estudio diga que la actividad acerca a una vida plena. “Las personas no suelen volverse religiosas por razones de salud física”, reconoce VanderWeele. “No obstante, creo que para quienes ya creen en Dios o se identifican positivamente con una tradición religiosa, los resultados constituyen, en cierto sentido, una invitación a regresar a la vida comunitaria religiosa. Para estos individuos que ya se identifican positivamente con una tradición religiosa, pero no asisten a servicios religiosos, creo que puede ser razonable fomentar su participación en comunidades religiosas”, opina. En el caso de lo saque no son religiosos, el investigador cree que podrían beneficiarse de participar en otras formas de comunidad. Los autores esperan que el Estudio Global sobre el Florecimiento “ayude a comprender cómo florecen diferentes personas de distintas maneras, y entender qué aspectos del bienestar, y qué caminos hacia el bienestar, son específicos de cada cultura y cuáles son casi universales”. VanderWeele confía en que sus datos también pueden ayudar a la gente a orientar sus estilos de vida, superando algunas de sus inclinaciones culturales. “Para algunas personas, quizás especialmente en Occidente, puede parecer que cualquier pérdida de autonomía es algo negativo, pero la comunidad, que es tan importante para el bienestar, requiere renunciar a parte de esa autonomía para poder participar, contribuir y comprometerse con el grupo”, afirma. “La investigación sugiere que dicha participación comunitaria, ya sea con grupos religiosos o dentro de las familias, contribuye de manera poderosa al florecimiento”, concluye.

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