Hoy en día, parece que estamos demasiado ocupados y estresados para darle espacio a la dulzura. Vivimos en un mundo cada vez más tenso y precario, donde comportarse con bondad implica correr el riesgo de ser aplastado. Como resultado, la dulzura está disminuyendo en nuestra sociedad.La capacidad de actuar con dulzura está integrada en nuestro cerebro principalmente en la corteza cingulada e insular y en los circuitos de las neuronas espejo. Sin embargo, es en la parte ejecutiva del cerebro donde elegimos ponerla en acción. ¿Qué pasaría si muchas de nuestras conversaciones dejaran de ser pura palabrería y añadiéramos ternura para fomentar la amabilidad en nuestros entornos de aprendizaje y trabajo?Su aparente simplicidad es engañosa. “Hay que permitir que encuentre su propia voz”, apunta la psicoanalista y filósofa francesa Anne Dufourmantelle, “la dulzura, por sí sola, no se da”. En su libro Puissance de la douceur (Payot), examina estas microexperiencias de fuerza y poder en nuestra vida cotidiana, y sostiene que “el poder de la metamorfosis de la vida se sustenta en la dulzura”. Pero también se interesa en la idea aristotélica de potencialidad, el poder de cambiar o el potencial de un futuro posible. Todas estas connotaciones están implícitas cuando, paradójicamente, combina potencia con afabilidad.Una de las observaciones más sorprendentes de Dufourmantelle es que lo contrario de la dulzura no es la brutalidad, es la dulzura misma. No es de extrañar que se utilice como excusa para ennoblecer los objetos de consumo; algunos regímenes gubernamentales logran emplear dulzura para que votes a su favor, incluso en contra de tus propios intereses. “Hay formas de violencia que fingen ser caricias para llegar al corazón”, afirma Dufourmantelle, y advierte que, aun así, “la dulzura resiste a la perversión”.La dulzura aparece en el umbral de los pasajes marcados por el nacimiento y la muerte. Todo comienzo está necesariamente arraigado en la ternura: el nacimiento, el comienzo de una historia de amor, provocan conmociones bastante violentas que la necesitan. Es lo que permite que persista un principio vital. Los etólogos han descubierto que un animal joven que no ha sido lamido lo suficiente por su madre muere por falta de dulzura. Es la envoltura mínima que protege la vida, como la crisálida protege a la mariposa por nacer. Sin dulzura, ¿sobrevive un recién nacido? ¿No es necesario protegerlos, hablarles, tenerlos en brazos, pensar en ellos o imaginarlos para que realmente puedan entrar al mundo?Asimismo, también hay dulzura en la despedida de la vida, en la ilusión de la desconexión total, en la renuncia, en el duelo; lo viví en compañía de uno de mis pacientes en psicoanálisis mientras recibía asistencia médica para morir. Nuestra última sesión, literalmente, coincidió con su último suspiro. La ternura con la que la médica llevó a cabo el procedimiento logró concederle el don de una buena muerte, pudiendo respirar libremente, algo que no le había sido posible desde hacía mucho tiempo debido a una grave afección pulmonar.Interactuar con gentileza requiere esfuerzo y puede representar una batalla constante entre nuestro yo afable y nuestro lado reticente. De igual manera no es tan fácil de recibir, la pedimos a los demás, pero, cuando nos la prodigan, muchas veces ni siquiera la registramos. Para conectarte con los demás, lo primero es conectar contigo mismo —no solo es una cuestión biológica de salud, bienestar y longevidad, sino también una estrategia evolutiva para nuestra sobrevivencia—.Grit Hein, profesora de Neurociencia Social de la Universidad de Wurzburgo, en Alemania, y colaboradores han conseguido mapear este complejo fenómeno social en el cerebro adulto mediante imágenes por resonancia magnética funcional. Sus hallazgos proporcionan un mecanismo computacional y neuronal capaz de explicar los cambios en las respuestas individuales dentro de entornos sociales, tanto amables como desagradables. Hein demuestra que cuando las personas que esperas que sean desagradables contigo en realidad se comportan dulcemente, tu cerebro se reprograma para agradarles. En otras palabras, si quieres dejar boquiabiertos a los demás, muestra dulzura con quien menos lo espera de ti.Dufourmantelle murió en un acto de entrega absoluta el 21 de julio de 2017 en una playa, cerca de Saint-Tropez, mientras intentaba rescatar a dos niños de las turbulentas corrientes del Mediterráneo. Ellos sobrevivieron, pero ella no pudo ser reanimada, tenía 53 años. Su libro, publicado en 2013, concluye con la escena, enigmáticamente oracular, de La dolce vita, de Fellini, en la que Anita Ekberg, completamente vestida, entra en la Fontana de Trevi ante la mirada atónita de Marcello Mastroianni. Una escena alucinante que ha quedado grabada en la memoria como ejemplo de una vida que nos invita a la dulzura, pero también a la locura, a la danza de la libertad y la sensualidad. “No siempre es dulce vivir, pero la sensación de estar vivo pide dulzura”, escribió Dufourmantelle.David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.

Todos los beneficios de actuar con dulzura en un mundo tenso | EL PAÍS Semanal
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