Cuando las grandes discográficas se instalaron en España, fueron recibidas con alborozo: se suponía que traerían aires de modernidad y que difundirían aquí sus codiciados catálogos. Aunque ya había multinacionales implantadas aquí, como EMI, RCA y Philips-Polydor, la entrada de CBS, Ariola y (más tardíamente) Warner fue una bendición incluso para las músicas no conectadas con el pop. En tiempos como los presentes, cuando las disqueras sacan el revólver al escuchar la palabra cultura, puede asombrarnos comprobar que durante los años franquistas contaban con departamentos para la clásica, el folklore, el flamenco. Más informaciónApenas hay textos sobre la industria fonográfica nacional y eso que cuenta con aventuras épicas, como la elaboración ―a veces, con estudios móviles― de suculentas compilaciones de clásica, folklore y flamenco, siguiendo la pista de la Anthologie du chant flamenco, de la francesa Ducretet Thomson. La madrileña Hispavox destacó con la apabullante Colección de música antigua española o la Magna antología del cante flamenco, realizada por el flamencólogo de la empresa de la calle Torrelaguna, José Blas Vega. Que ya había fichado a Enrique Morente, gigante que debutó en 1967 con un LP donde ―marca de la casa― detallaba escrupulosamente el origen de sus cantes.La pionera Discos Columbia, donostiarra en origen, acumuló un inmenso archivo de grabaciones de música de raíz. Su principal responsable era Indalecio Cisneros, actualmente más recordado por su trabajo en el mundo de la Zarzuela, pero al que debemos el único álbum del dulzainero Agapito Marazuela y, vaya, el primer himno del Real Madrid. Otro sello nacional, Movieplay, lanzó a Joaquín Díaz, al que podríamos denominar nuestro Pete Seeger; la misma compañía incubó la serie Gong, de Gonzalo García Pelayo, promotor del rock andaluz e igualmente productor de Lole y Manuel, Dieguito del Gastor, José El Negro o Manuel de Paula.Caballero Bonald, fotografiado en su biblioteca en 2008.GORKA LEJARCEGIUn momento. Temo que un listado de nombres ancestrales puede resultar más abrumador que seductor. Hay que estar muy en la pomada para entender ―hasta Wikipedia lo obvia― que todo un futuro premio Cervantes como José Manuel Caballero Bonald laboró durante años en Ariola, ocupándose del flamenco; luego fue ascendido a dirigir Pauta, uno de los benditos sellos progres que florecieron durante la Transición. Sin olvidar que hasta la multinacional por excelencia, CBS, contó entre su personal con el poeta jerezano Manuel Ríos Ruiz ―que potenció la trayectoria de Manolo Sanlúcar con la trilogía (¡sí!) Mundo y formas de la guitarra flamenca― y con José Luis de Carlos, artífice de Las Grecas o Manzanita. Urge incluso ir contra la historia oficial y recalibrar la labor de Antonio Sánchez, habitualmente discutido por oponerse a la renovación sonora de Camarón y de Paco de Lucía, su hijo, pero que trabajó intensamente para ellos y para El Chato de la Isla o Luis de Córdoba. Tenía su puesto en Philips y, a lo que iba, hoy no encontraría acomodo en una industria encogida y achantada. Igual lo desconoce el ministro Urtasun: más allá de los lanzamientos esporádicos de Universal, la única proveedora regular de flamenco es La Droguería, desde Écija (Sevilla), con docenas de referencias y varios libros. Facilita que sus artistas vendan sus discos en actuaciones y no hay desdoro en ello: los flamencos siempre han sabido buscarse la vida.

Y así debutó Enrique Morente | Cultura
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